martes, 8 de diciembre de 2009

PUEBLO DE DIOS: LA ECLESIOLOGÍA DEL VATICANO II

DIAGNÓSTICO HISTÓRICO


LUCHAS DE PODER

Ahora, cuarenta y cuatro años después de la clausura del Vaticano II, parece que las condiciones no se ven tan favorables para comprender el alcance histórico de este concilio. Lo que estaba llamado a ser un nuevo comienzo, o, como diría Karl Rahner, “el comienzo de un comienzo”, se ha convertido en un conflicto latente pero camuflado entre lo “viejo” y lo “nuevo”, con predominio de lo “viejo”.

Es claro que en éstas últimas décadas, las posiciones preconciliares más conservadoras de la curia romana y del episcopado han cobrado mucha fuerza y están ejerciendo su poder desde posiciones estratégicas en la toma de decisiones. Podemos observar como vuelven a aparecer actitudes que el Vaticano II desechó y que eran una clara superación de una etapa histórica de Iglesia.

Estos grupos están extendiendo una valoración pesimista del concilio, penetrada de maniqueismo, un rechazo de la invitación del concilio a las Iglesias para que vuelvan a una actitud peregrina y misionera, como si ello implicase un abandono a la tradición, y, finalmente, una eclesiología “cerrada” del período postridentino, a favor de una Iglesia parapetada como una fortaleza, celosa de su pureza y provista de condenas .

Durante el primer período posconciliar se desencadenó en toda la Iglesia un impulso de renovación en fidelidad a lo que parecía exigencia indiscutible del concilio mismo. Sin embargo, ese impulso se fue convirtiendo muy pronto en sospechoso, de tal manera que un sector muy influyente de la Iglesia, sobre todo desde la curia romana, se vio en la necesidad de frenarlo para no presenciar la autodestrucción de la Iglesia.

Esto nos suscita una pregunta, ¿qué es lo que había que frenar: una interpretación equivocada del “verdadero concilio” o el impulso renovador exigido por el concilio mismo?

Cuando se generan movimientos y actitudes desde la institución jerárquica, siempre es necesario preguntarse qué intencionalidad tienen, cuál es su motivación, quién o quienes las han propuesto y ubicarlas en un contexto histórico, pues de esta manera saldrá la verdad a flote.

Esos pequeños sectores, pero muy influyentes y con mucho poder, vieron en el concilio una amenaza para la fe cristiana, la Iglesia y su ortodoxia. Por ello llegaron a expresar que “el concilio había significado un sufrimiento” .


DESACTIVAR EL CONCILIO

La estrategia ha sido entonces, desactivar el concilio, sin que parezca tal cosa. Se pretende vaciarle de todo contenido que pudiera parecer una innovación profunda en la comprensión de la fe y la Iglesia. Por eso, se ha buscado darle una perfecta continuidad con toda la “tradición” y con la Iglesia preconciliar. Se ha sospechado, incluso, de la intención de Juan XXIII en la convocación del concilio, indicando que nunca se pretendió “cambios de doctrina”, sino perfeccionar “el modo insatisfactorio de formularla” , de tal forma que simplemente se acomodara la doctrina de siempre a nuevos efectos pastorales. Así se pretende afirmar que, en el plano de las definiciones doctrinales, no ha cambiado nada.

Entonces, al desactivar el concilio, se hace posible el siguiente paso: apropiárselo, darle una interpretación auténtica, y culpar al posconcilio por sus interpretaciones erróneas sobre los documentos posconciliares, pues esa es la causa de la involución eclesial.

Esta posición ha sido constantemente afirmada por el actual papa Benedicto XVI, y antes cardenal Ratzinger, cuando fungía como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. En el documento Informe sobre la fe, a los veinte años de la clausura del concilio, expresó:

Resulta incontestable que los últimos veinte años han sido decisivamente desfavorables para la Iglesia católica. Los resultados que han seguido al concilio parecen oponerse cruelmente a la esperanzas de todos... Se esperaba una nueva unidad católica, y ha sobrevenido una división tal que, en palabras de Pablo VI, se ha pasado de la autocrítica a la autodestrucción... Se esperaba un salto hacia adelante, y nos hemos encontrado ante un proceso progresivo de decadencia que se ha desarrollado en buena medida bajo el signo de un presunto “espíritu del concilio”, provocando de este modo su descrédito .


Viniendo esta afirmación de la máxima autoridad de la Congregación para la Doctrina de la Fe, es evidente que se debe abandonar el “camino equivocado”, emprendido por la Iglesia desde el concilio, pues los resultados son catastróficos. Se hace necesario inaugurar un camino nuevo, que realmente acoja el Vaticano II que aún no ha comenzado. Esta “nueva fase” posconciliar debe buscar una “restauración global, en donde no se hable de un antes y un después del concilio, de forma que sea entendido en estricta continuidad con la tradición postridentina, pueda leerse y aplicarse sin sorpresas ni sobresaltos” .

Es claro pues, que la mentalidad de la minoría conciliar, para la que el concilio fue un sufrimiento, se ha ido apoderando de los centros decisorios de la Iglesia, prueba de ello es que su mayor y mejor exponente es ahora nuestro papa. Así se va imponiendo una práctica del Vaticano II en la que ellos pueden sentirse a gusto, en contra de la gran mayoría conciliar y el proceso innovador que se venía desarrollando. Es un gran esfuerzo por domesticar el Vaticano II. Parece que se está huyendo de algo a lo que se le tiene un miedo acérrimo: “la mera posibilidad de que este concilio pretendiera un cambio histórico en la comprensión de la fe cristiana y en la comprensión de la Iglesia a los veinte siglos de su historia” .

Pero, al mismo tiempo, es innegable que la intención del concilio al ser convocado por Juan XXIII, fue precisamente “para salir, con un empeño y esfuerzo común, de un largo período histórico que parecía ya concluido y carente de futuro” . Durante la época preconciliar se hablaba de fin de la “era constantiniana”, o “fin de la época postridentina”, con lo que se expresaba la convicción de que la conciencia había llevado a un concilio en la segunda mitad del siglo XX, y que desembocó en el aula conciliar, y fue la de cerrar etapa histórica de la Iglesia, y abrir una etapa histórica nueva.

Por ello, la afirmación de Ratzinger, sobre los veinte años posconciliares como “decisivamente desfavorables para la Iglesia católica”, no sería tan grave si no ocultara el propósito de domar al concilio, de encasillarlo dentro de los criterios de una tradición uniforme, y de excluir todo lenguaje sobre él que aluda a un cambio de rumbo en la marcha de la Iglesia.

Cabe preguntarse, entonces, ¿corresponde la opinión Ratzinger con la verdadera intención histórica de la mente de los Padres del Concilio ecuménico y la comprensión eclesial que éstos tenían? Se hace necesario, pues, escudriñar históricamente para encontrar los elementos que puedan sacar a la luz la verdad, pues finalmente, el cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI, debe respetar al Concilio y su intención original, por encima de su propia opinión, como cualquier otro fiel o teólogo. ¿Cuál era la mente de los Padres del Concilio?


Una vez entendido el Vaticano II en “rigurosa continuidad con los concilios de Trento y Vaticano I”, y abandonada toda alusión a “giros copernicanos”, “fines de época”, o cosas semejantes, se estará, ciertamente, en condiciones de asumirlo sin sobresaltos, pero también sin responder a los desafíos históricos que estaban a la base del concilio mismo .


No cabe duda que durante estas décadas posconciliares, se ha estado viviendo una represión al interior de sí misma, y del cambio eclesial que el Vaticano II pretendió. Esto se ha hecho, sobre todo, a través de documentos de la Congregación para la Doctrina de la Fe, especialmente durante el tiempo en que el cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI, fungió como prefecto de la mismo. Esto se ha querido traducir en normas y leyes concretas y una renovada inquisición posconciliar. Otro ejemplo claro sobre esta domesticación del Vaticano II lo encontramos en Código de Derecho Canónico (1983), en el que algunos cánones dan la impresión de que los deseos de la minoría conciliar, han adquirido más peso que las nuevas propuestas hechas por voluntad de la mayoría .

LA HISTORIA Y SU FUNCIÓN CRÍTICA DESENMASCARADORA

He aquí la importancia de recurrir a la historia con una mirada crítica, pues sólo contextualizando lo dicho y escrito se puede recuperar la intención original del Vaticano II y encausarlo por la vía adecuada, sin manipulaciones de minorías poderosas anti-Vaticano II. Es la fuerza de la verdad.

Se hace importante destacar un hecho importante: la primera sesión del concilio inició rechazando los esquemas presentados por la comisión central, previa al concilio, y que obligó a preparar otros nuevos, elaborados por nuevas comisiones desde planteamientos totalmente distintos. Además, leyendo la “Introducción histórica” de la “Constitución dogmática sobre la Iglesia”, que por cierto se tuvo que agregar por una decisión de la Secretaría general del Concilio, se descubren sin mayor esfuerzo las tensiones y conflictos que se dieron durante la preparación y aprobación de dicha Constitución, y que junto a un seguimiento crítico de las votaciones de las seis redacciones del documento y la metamorfosis que sufrió, nos develan el contexto y la intención de la mayoría de los Padres Conciliares contra la minoría poderosa que pretendía más de lo mismo .

¿Qué implicó tales decisiones? Fundamentalmente tres cosas:

• Se tuvo mayor conciencia de que se estaba pretendiendo superar una visión estrecha de una determinada tradición dominante de los últimos siglos, para recuperar niveles más profundos de la tradición eclesial, con lo cual no se partía de cero.
• En el ambiente se creía que era, prácticamente imposible, que la Iglesia pudiera iniciar un camino nuevo, por eso el discurso inaugural de Juan XXIII causó un gran impacto y creo la conciencia de que el concilio tenía que asumir eso como tarea fundamental y razón de ser .
• Se asumió concientemente esta soberanía conciliar, “que rechazaba cualquier condicionamiento de la curia romana, deseando abrirse libre y responsablemente su propio camino”. Con una libertad sin reservas, dispuesta a “ponerlo todo en discusión”, desde un “planteamiento nuevo”. Esta libertad “llevaría al concilio, a lo largo de sus cuatro sesiones, muy lejos de cuanto hubiera podido preverse” . Además, esto permitió que se pudieran nombrar como asesores a varios teólogos que previo al concilio fueron censurados y reprimidos, confinándolos al silencio por el Santo Oficio. Reconociendo a la vez, el daño que se había causado con estas metodologías de sospecha y represoras.

Sin embargo, resulta muy ingenuo creer que el conflicto entre la minoría conciliar y la mayoría que buscó el cambio histórico ya terminó. Por ello profundizaremos más sobre el tema eclesiológico que es centro de la discusión.