viernes, 15 de octubre de 2010

SALMO 22: La lamentación y el grito de angustia ante el drama del dolor y el sufrimiento humano.



I. Para iniciar:

(Puedes orar este salmo en completo silencio, con música instrumental de fondo o al aire libre)
Para orar este salmo, te invito a hacer un viaje por el interior de tu ser. Trata de descubrir cómo te sientes, que hay dentro de ti en este momento. Para ello te servirá hacer unos ejercicios previos de respiración hasta que ésta se vuelva lenta y profunda. Luego déjate llevar por un viaje misterioso y apasionante hacia tu interior. Pregúntate durante unos minutos hasta que obtengas una respuesta: ¿Cómo me siento hoy? ¿Cómo estoy? ¿Qué estoy sintiendo?

Después de hacer este viaje hacia tu interior, siente, al ritmo lento y profundo de tu respiración, cómo el Espíritu de Dios te llena y reviste cada vez que inhalas el aire por tu nariz, y, cada vez que exhalas lentamente el aire de tus pulmones, siente cómo sale de ti todo aquello que te tensiona, te preocupa y te hace perder el equilibrio interior. Has este ejercicio durante un par de minutos.

Finalmente, estás en sintonía y equilibrio con el Espíritu de Dios. Su Espíritu y tu espíritu danzan juntos y sincronizados una misma melodía.



II. El salmo y mi vida:

En este momento, lee pausada y atentamente el salmo y cuando alguna palabra o frase te llame mucho la atención en tu interior, detente ahí y repítela cuantas veces sea necesario, dejando que haga eco en todo tu ser. Luego continúa la lectura de la misma forma hasta terminar el salmo. Al finalizar, quédate unos minutos en silencio o con música instrumental de fondo, dejando que tus sentimientos y pensamientos choquen o se abracen con los del personaje del salmo.


La lamentación y el grito de angustia
ante el drama del dolor y el sufrimiento humano.


2¡Dios mío, Dios mío!,
¿por qué me has abandonado?,
¿por qué estás ajeno a mi grito, al rugido de mis palabras?
3Dios mío, te llamo de día y no respondes, de noche no hallo descanso;
4aunque tú habitas en el santuario, gloria de Israel.

5En ti confiaban nuestros padres, confiaban y los ponías a salvo;
6a ti clamaban y quedaban libres, en ti confiaban y no los defraudaste.

7Pero yo soy un gusano, no un ser humano:
vergüenza de la humanidad, asco del pueblo;
8al verme se burlan de mí, hacen muecas, menean la cabeza:
9Acudió al Señor, que lo ponga a salvo, que lo libre si tanto lo ama.
10Fuiste tú quien me sacó del vientre, me confiaste a los pechos de mi madre;
11desde el seno me encomendaron a ti
desde el vientre materno tú eres mi Dios.
12No te quedes lejos, que el peligro se acerca y nadie me socorre.

13Me acorrala un tropel de novillos, toros de Basán me cercan;
14abren contra mí sus fauces: leones que descuartizan y rugen.
15Me derramo como agua, se me descoyuntan los huesos;
mi corazón, como cera, se derrite en mi interior;
16mi garganta está seca como una teja, la lengua se me pega al paladar.
¡Me hundes en el polvo de la muerte!

17Unos perros me acorralan, me cerca una bandada de malvados.
Me inmovilizan las manos y los pies, 18puedo contar todos mis huesos.
Ellos me miran triunfantes:
19se reparten mis vestidos, se sortean mi túnica.

20Pero tú, Señor, no te quedes lejos, fuerza mía, ven pronto a socorrerme;
21libra mi vida de la espada, mi única vida, de las garras del mastín;
22sálvame de las fauces del león, defiéndeme de los cuernos del búfalo.

23Contaré tu fama a mis hermanos, te alabaré en medio de la asamblea:
24Fieles del Señor, alábenlo, descendientes de Jacob, glorifíquenlo,
témanlo descendientes de Israel,
25porque no ha desdeñado ni despreciado la desgracia del desgraciado,
no le ha escondido su rostro;
cuando pidió auxilio, lo escuchó.

26Te alabaré sin cesar en la gran asamblea:
cumpliré mis votos ante los fieles.
27Comerán los pobres hasta saciarse y alabarán al Señor los que lo buscan:
¡No pierdan nunca el ánimo!

28Lo recordarán y se volverán al Señor todos los confines de la tierra,
se postrarán en su presencia todas las familias de los pueblos;
29porque el Señor es Rey, él gobierna a los pueblos.
30Ante él se postrarán los que duermen en la tierra,
en su presencia se encorvarán los que bajan al polvo.
Mi vida la conservará.

31Mi descendencia le servirá,
hablará de mi Dueño a la generación venidera
32contará su justicia al pueblo por nacer:
Así actuó el Señor .


Teniendo presente toda tu historia de vida, ¿en qué momentos y por qué has sentido que Dios te ha abandonado? ¿Te has sentido alguna vez como un gusano, como si fueras el asco de tu familia, del pueblo, como si no fueras un ser humano? ¿Cómo, con quién, dónde y cuándo has experimentado la fidelidad de Dios que te rescató de las fieras y te sacó del polvo de la muerte? (Tómate el tiempo necesario para reflexionar y responder)



III. El salmo y la realidad:

Lee de nuevo el salmo, pero esta vez pasa a contemplar la realidad de tu país, ciudad, pueblo o barrio. Durante unos pocos minutos haz un análisis de la realidad y luego comienza la lectura pausada y atentamente.

(Lectura del salmo)

Ahora que has finalizado la lectura del salmo, pregúntate: ¿Quién o quiénes son los considerados como gusanos, como si no fueran seres humanos en la sociedad? ¿Quiénes están siendo descuartizados por la injusticia y quiénes son las fieras que abren sus fauces contra ellos? ¿A quiénes se les puede contar los huesos por el hambre, la enfermedad, la violencia o cualquier otra situación de pecado social? ¿Qué debes hacer tú para que los pobres coman hasta saciarse, para que el despreciado y marginado descubra el rostro de Dios, para que el que sufre encuentre consuelo y justicia, y para que todos ellos no pierdan nunca el ánimo? ¿Descubres el rostro desfigurado de Dios en las personas que son víctimas de la injusticia y del pecado social y personal? (Tómate el tiempo necesario para reflexionar y responder)



IV. Oración conclusiva:

Finalmente, después de haber reflexionado y respondido a estas u otras preguntas, ¿Qué te hace decirle al Señor este salmo y a qué te compromete?

Haz tu propia oración conclusiva de forma escrita y, si quieres, puedes quemarla como un acto de ofrecimiento a Dios, expresando así tu compromiso ante Él y ante tantas personas que son víctimas sufrientes. Si no la quemas, llévala contigo todos los días en tu billetera o bolso y órala en cualquier momento del día.



Concluye este momento en una actitud de agradecimiento, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.