REFLEXIÓN DE JON SOBRINO SOBRE EL PAPA FRANCISCO
Jon Sobrino: Reflexiones sobre el nuevo Papa
Desde el anuncio del nuevo Papa los periodistas preguntan cuál es
nuestra opinión. Para contestar en serio habría que esperar algunos días
y semanas. Pero ante su insistencia ofrezco ahora algunas reflexiones
por si son de utilidad. Cuatro cosas me han venido a la mente: 1.
Folclore mediático, 2. Conocimientos necesarios, 3. Reflexiones sobre el
para qué de lo que estaba ocurriendo, y 4. Si y a qué nos compromete.
1. Folclore mediático. La Plaza de San Pedro estaba abarrotada de gente
de todas razas y colores, con banderas variopintas, con rostros
expectantes y sonrientes. La fachada del Templo estaba adornada con
esmero calculado. Se dejaban ver también personas vestidas con capisayos
y acicaladas como no se ven en las calles de la vida real, en
campesinos y señoras del mercado. Imperaba el folk-lore -del inglés:
costumbres populares-, aunque en la plaza de San Pedro las costumbres
eran más sofisticadas y acicaladas que en las de los pueblos del terruño
español y los cantones salvadoreños. Nada de esto era malo, pero no
decía nada importante de quién iba a ser el nuevo papa, qué alegrías y
problemas iba a tener y con qué cruz iba a cargar… Sí era chocante el
despliegue de suntuosidad alejada de la sencillez de Jesús. Y se
adivinaba una cierta jactancia en los organizadores: “todo está saliendo
bien”. Cuando esta perfección expresa además poderío la suelo llamar
pastoral de la apoteosis.
Y se escuchó el nombre del nuevo papa:
Jorge Mario Bergoglio. Para los no iniciados fue una sorpresa total. Y
una gran novedad. El papa es argentino, el primer papa de ese país. Y es
jesuita, el primer papa de esa orden. Ambas cosas pueden ser
trivializadas, como ha ocurrido en algunos medios. Por eso hay que
entenderlo bien. Argentino es Messi, pero no todos los argentinos son
estrellas. Jesuita fue Pedro Arrupe, pero -y aquí hablo de cosas más
serias- no todos los jesuitas somos como él. Al folclore pertenece
también titulares como “argentino y jesuita” sin mucho ingenio y con
pereza mental. ¿No tendrán otra cosa que decir? Los momentos folclóricos
y mediáticos duran poco. Triste es mantenerlos voluntaristamente, o
seguir añadiendo detalles intranscendentes, sin acabar de entrar en el
fondo del asunto: el papa, la Iglesia, Dios y nosotros. De los amos de
los medios -y de la tolerancia de los espectadores- dependerá que lo
folclórico siga siendo lo más socorrido.
Pero algo no fue
folclórico ya el primer día: la vestimenta sencilla del papa, la pequeña
cruz sobre su pecho donde no había oro ni plata ni brillantes, su
oración que, inclinándose, pidió al pueblo antes de bendecirles él a
ellos. Son signos pequeños pero claros. Ojalá crezcan como signos
grandes y que acompañan a su misión. Clara quedó la sencillez y la
humildad.
2. Conocimientos necesarios. Sin ellos es difícil
hablar del nuevo papa -y no es fácil conseguirlos en breve tiempo. No
soy experto en la vida, trabajo, gozos y sufrimientos de Bergoglio. Haré
uso de algunos conocimientos personales. Y para no caer en
irresponsabilidad he procurado conectarme con personas sobre todo de
Argentina, a las que no citaré, que han tenido contacto directo con él.
Espero comprensión por lo limitado de lo que voy a decir en este
apartado. Y pido disculpas si cometo algún error. Bergoglio es un
jesuita que ha ocupado cargos importantes en la Provincia de Argentina.
Ha sido profesor de teología, superior y Provincial. No es difícil
hablar de sus tareas externas. Pero de lo más interno sólo se puede
hablar con delicadeza y, ahora, con respeto y responsabilidad. Muchos
compañeros lo han recordado como persona de hondos convencimientos y
temperamento, decidido luchador y sin tregua. “Si le hacen papa,
limpiará la curia”, se ha dicho con humor. También le recuerdan por su
interés desmedido de comunicar a otros sus convicciones sobre la
Compañía de Jesús, interés que se podía convertir en posesividad, hasta
exigir lealtad hacia su persona. Muchos recuerdan su austeridad de vida,
como jesuita, arzobispo y cardenal. Muestra de ello es su vivienda y su
proverbial viajar en autobús. Ya obispo, muchos de sus sacerdotes
recuerdan su cercanía y como se les ofrecía a suplirles en su trabajo
parroquial, cuando necesitaban dejar la parroquia para salir a
descansar. La austeridad de vida iba acompañada de un real interés por
los pobres, indigentes, sindicalistas atropellados, lo que le llevó a
defenderlos con firmeza ante los sucesivos gobiernos. Los temas morales
le han sido cercanos, y ciertamente el del aborto, lo que le llevó a
enfrentarse directamente con el presidente del país. En todo ello se
aprecia una forma suya específica de hacer la opción por los pobres. No
así en salir activa y arriesgadamente en su defensa en las épocas de
represión de las criminales dictaduras militares. La complicidad de la
jerarquía eclesiástica con las dictaduras es conocida. Bergoglio fue
superior de los jesuitas de Argentina desde 1973 hasta 1979, en los años
de mayor represión del genocidio cívico militar. No parece justo hablar
de complicidad, pero sí parece correcto decir que en aquellas
circunstancias Bergoglio tuvo un alejamiento de la Iglesia Popular,
comprometida con los pobres. No fue un Romero. No tengo conocimientos
suficientes, y lo digo con temor a equivocarme. Bergoglio no ofrecía la
imagen de Monseñor Angelleli, obispo argentino asesinado por los
militares en 1976. Muy posiblemente sí ocurría en su corazón, pero no
solía aflorar en público el recuerdo vivo de Leónidas Proaño, Monseñor
Juan Gerardi, Sergio Méndez…
Por otra parte, desde 1998, como
arzobispo de Buenos Aires acompañó de diferentes maneras a sectores
maltratados de la gran ciudad, y con hechos concretos. Un testigo ocular
cuenta que en la misa del primer aniversario de la tragedia de
Cromagnon –incendio ocurrido durante un concierto de rock que costó la
vida a 200 jóvenes- Bergoglio se hizo presente y con fuerza exigió
justicia para las víctimas. A veces usó lenguaje profético. Denunció los
males que “trituran la carne del pueblo”, y les puso nombre concreto:
la trata de personas, el trabajo esclavo, la prostitución, el
narcotráfico, y muchos otros. Para algunos, quizás la mayor virtud y la
mayor fuerza para llevar adelante su actual ministerio papal es que
Bergoglio es un hombre abierto al diálogo con los marginados y desde el
dolor. Acompañó con decisión procesos eclesiales en los márgenes de la
Iglesia Católica, y los procesos que ocurren al borde de la legalidad.
Dos ejemplos emblemáticos son la Vicaría de curas villeros de los
barrios marginales y su apoyo a los curas que deambulaban sin un
ministerio digno.
3. Reflexión. Qué le espera al Papa
Francisco, solo Dios lo sabe. El nuevo papa habrá pensado bien lo que le
puede esperar y lo que él deberá, podrá y querrá hacer. Ahora
enumeramos algunas tareas que a nosotros, desde El Salvador, nos parecen
importantes, y que pueden ser importantes para todos en la Iglesia.
También nosotros debemos llevarlas a cabo, pero el papa tiene una mayor
responsabilidad y, ojalá, tenga más medios. Las tareas coinciden mucho
con las que José Ignacio González Faus ha propuesto recientemente.
La primera -la mayor de las utopías- es hacer realidad la utopía de
Juan XXIII: “La iglesia es especialmente la Iglesia de los Pobres”. No
tuvo éxito en el aula del Vaticano II, de modo que unos 40 obispos se
reunieron fuera del aula, y en las Catacumbas de Santa Domitila firmaron
el manifiesto que se ha llamado “El Pacto de las Catacumbas”. Por lo
que muchos dicen, Bergoglio tiene sensibilidad hacia los pobres. Ojalá
tenga lucidez para hacer real la Iglesia de los Pobres, y que ésta deje
de ser iglesia de abundancia, de burgueses y ricos. No le faltarán
enemigos, como no faltaron después de Medellín a muchos jerarcas que sí
pusieron a los pobres en el centro de la Iglesia. Los enemigos estaban
dentro de curias eclesiásticas, y muy poderosamente en el mundo del
dinero y el poder. Estos asesinaron a miles de cristianos y cristianas.
Ojalá el Papa Francisco no se asuste de una iglesia perseguida y mártir,
como las de Monseñor Romero y Monseñor Gerardi. Y los canonice o no,
ojalá proclame que los mártires, concretándolos también como los
mártires por la justicia, es lo mejor que tenemos en la Iglesia. Es lo
que la hacen parecida a Jesús de Nazareth. Para ello no es esencial que
canonice a Monseñor Romero aunque sería un buen signo. Y si el papa cae
en alguna debilidad humana, sea ésta estar orgulloso de su patria
latinoamericana, sufriente y esperanzada, mártir y siempre en trance de
resurrección. Y estar orgulloso de toda una generación de obispos:
Leonidas Proaño, Helder Camara, Aloysius Lorscheider, Samuel Ruiz… No
llegaron a papas, la mayoría de ellos tampoco a cardenales. Pero de
ellos vivimos.
La segunda es la conocida constelación de problemas al interior de la organización de la Iglesia que esperan solución urgente.
a) La muy urgente reforma de la Curia Romana.
b) Que los miembros de la Curia sean preferentemente laicos.
c) Que Roma deje a las iglesias locales la elección de sus pastores.
d) Que desaparezcan del entorno papal todos los símbolos de poder y de
dignidad mundana, y ciertamente que el sucesor de Pedro deje de ser jefe
de Estado, porque eso avergonzaría a Jesús.
e) Que Roma y toda la Iglesia sienta como ofensa a Dios la actual separación de las iglesias cristianas.
f) Que Roma solucione la situación de los católicos que fallaron en su
primer matrimonio y han encontrado estabilidad en una segunda unión.
g) Que Roma repiense el celibato ministerial.
Y otras tres.
a) Que de una vez por todas arreglemos la situación insostenible de la mujer en la iglesia.
b) Que dejemos de minusvalorar, a veces menospreciar, al mundo
indígena, a los mapuches de América del Sur y a todos los que el papa
irá conociendo en sus viajes por África, Asia y América Latina.
c) Que aprendamos a amar a la madre tierra.
4. Compromiso. El nuevo papa en el balcón de San Pedro y los millones
de personas en la Plaza no debieran convertirse en un gran actor, el
papa, y en espectadores taquilleros, los fieles. Termino con la
reflexión que escribí después de la renuncia de Benedicto XVI. Es
utopía, pero por ella habrá que trabajar. Cierto es que la exquisita
plaza de San Pedro, descrita al principio, no es el lugar cristiano de
la utopía. Este es el portal de Belén, la casa de los pobres. Pero sea
en un lugar o en otro, ojalá nos animemos unos a otros a lo siguiente:
Cuesta humanizar y desmitificar al papa. Cuesta creer que es como
nosotros. Pero bueno será comprometernos, dentro de nuestras
posibilidades a que salga elegido alguien que, además de amplias dotes
de gobierno pastoral, se parezca a Jesús y nos anime a parecernos a
Jesús. Y que, con la modestia del caso, le ayudemos a parecerse a Jesús.
Esto es lo que hoy le pedimos y le ofrecemos al Papa Francisco.
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