sábado, 27 de octubre de 2012

JUAN JOSÉ TAMAYO Y LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN (Publicado en Tercera Información)

Teólogo Juan José Tamayo: El Vaticano continúa reprimiendo la Teología de la Liberación

Teólogo crítico vinculado a la Teología de la Liberación, Tamayo dirige la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría de la Universidad Carlos III de Madrid

  
“La Teología de la Liberación deviene una cuestión conflictiva y vetada por la cúpula del Vaticano, así como por las jerarquías estatales de la iglesia católica; desde su génesis en la década de los 70, se ha producido una represión sistemática de todos los teólogos críticos con el sistema político y económico”, ha afirmado el teólogo Juan José Tamayo en Valencia, durante una conferencia (“La teología de la Liberación en el nuevo escenario político y religioso) organizada por Xarxa Cristiana y el Fórum de Debats de la Universitat de València.
Teólogo crítico vinculado a la Teología de la Liberación, Tamayo dirige la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría de la Universidad Carlos III de Madrid; es, asimismo, secretario general y fundador de la progresista Asociación de Teólogos Juan XXIII. Entre sus numerosos libros, destacan “Otra teología es posible; pluralismo religioso, interculturalidad y feminismo”; “Leonardo Boff: ecología mística y liberación”; “Juan Pablo II y Benedicto XVI, del neoconservadurismo al integrismo” e “Invitación a la utopía”.
En relación con el título de la conferencia, el ponente se ha mostrado rotundo: “Sí puede ponerse en práctica hoy una teología de la liberación en los países del Norte, pues nos hallamos en un contexto propicio, marcado por una crisis múltiple (económica, política, ética, ecológica y alimentaria) que sufren los sectores más vulnerables de la sociedad, a pesar de que ellos no la han creado”. Ha añadido Tamayo que la Teología de la Liberación continúa siendo “la respuesta del cristianismo a la situación de explotación que vive el tercer mundo y, cada vez más, el llamado mundo rico”; ahora bien, “la Teología de la Liberación nunca ha de ser rígida, sino que se debe ir construyendo de acuerdo con los procesos históricos; ha de ir elaborándose; por eso, me gusta decir que se trata de una teología de calle, no de sacristía; un modo de pensar crítico sobre la sociedad, con el fin de transformarla”.
Entre el 7 y el 11 de octubre se ha celebrado en Unisinos (Sao Leopoldo, Brasil) el Congreso Internacional de Teología Latinoamericana de la Liberación, con la presencia de más de 700 personas, tres generaciones de teólogos críticos y algunas de las grandes personalidades de esta corriente de pensamiento, como Jon Sobrino y Gustavo Gutiérrez. El congreso coincide con el 50 aniversario del Concilio Vaticano II y con otras efemérides también significativas; en concreto, la publicación de los libros “Teología de la Liberación: perspectivas”, de Gustavo Gutiérrez; “Jesucristo Liberador”, de Leonardo Boff; “De la sociedad a la teología”, por parte de Juan Luis Segundo; y, más vinculado al marxismo, “Teoría desde la praxis de la liberación”, de Hugo Assmann.
Precisamente sobre los teólogos, comunidades de base y sacerdotes populares (muchos de ellos herederos del ideario del Concilio Vaticano II) ha pesado históricamente el estigma de la censura, recuerda Juan José Tamayo. Uno de los papas que más obras incluyó en el Índice de Libros Prohibidos fue Pío X (más de 150 libros). Pero desde que desapareció el Índice -aunque no la censura de facto, en 1966- hasta hoy, más de 500 libros (sobre todo, de autores vinculados a la Teología de la Liberación y el Concilio Vaticano II) han sido vetados por la cúpula eclesiástica.
En el estado español, subraya Tamayo, todos los gobiernos de la democracia han sido “rehenes” de la iglesia católica; “ha habido una clara sumisión del poder político al eclesiástico, algo que no tiene ninguna justificación constitucional ni evangélica; y lo peor han sido las consecuencias de esta subordinación: se ha limitado las posibilidades de avanzar hacia un verdadero estado laico, pero también hacia un posicionamiento de la iglesia al lado de los marginados; en otras palabras, la transición democrática, con todas sus notorias limitaciones, tiene aún una mayor: no se ha producido una transición religiosa”. “Supongo que las razones de esta supeditación son de índole electoral, es decir, las grandes bolsas de votos que moviliza la iglesia católica; Hay en esto, además, algo decisivo que no debe olvidarse: la jerarquía católica defiende un proyecto político absolutamente terreno, y lo hace con resultados extraordinarios; de hecho, es la única institución oficial que no sólo no ha visto dañados sus privilegios, sino que los ha aumentado; así resulta difícil ser sensible a las dificultades de los marginados”.
Aunque se destaque poco, el estado español ha contado también con su teología de la liberación, pero, a juicio de Tamayo, “mucho más vivida y experimentada que teóricamente elaborada; por ejemplo, en la década de los 50 del siglo pasado, con los movimientos apostólicos especializados. También algunos sectores de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) practicaron la Teología de la Liberación”. El problema, explica el autor de “Invitación a la utopía”, radica en que la teología moderna llega a España con mucho retraso, en la década de los 70; se incorpora entonces la modernidad teológica pero no sus límites, unos límites que sí aborda la Teología de la Liberación. “Hoy, de lleno en la crisis, hay posibilidades de impulsar una teología que combine los dos aspectos”, concluye Juan José Tamayo.
En América Latina también el contexto difiere en mucho de aquél en el que emergió, en la década de los 70, la Teología de la Liberación: dictaduras, pobreza estructural, gran analfabetismo, movimientos de liberación y guerrillas, desarrollo de la “pedagogía del oprimido”. Hoy, pueden distinguirse tres grandes tendencias religiosas y teológicas en América Latina: neoconservadores sometidos al Vaticano (“Es muy difícil encontrar obispos de diócesis importantes, vinculados a la Teología de la Liberación; estos han sido sustituidos por ortodoxos cercanos a Roma y alejados de los pobres y excluidos”, explica Tamayo); en segundo lugar, la Teología de la Liberación, de la que beben las comunidades cristianas de base y que, pese a mantenerse vivas y activas, se ven afectadas por la creciente secularización.
Y la tercera de las tendencias, que gana adeptos todos los días en el continente: la denominada “Teología de la Prosperidad”, como fórmula alternativa a la Teología de la Liberación. Se trata, en palabras de Tamayo, de una propuesta en la que “Dios viene a ser un propietario y en la que se habla de la salvación en un lenguaje bancario”; una propuesta, en fin, coherente con el libre mercado. Sin embargo, en América Latina emergen también nuevos sujetos de cambio y que dan lugar a nuevas teologías. No rompen con la teología de la liberación, más bien la complementan y actualizan. Son las teologías feministas, indígenas, de los afrodescendientes, campesinas, ecológicas (de la mano de Leonardo Boff), económicas (vinculadas a los movimientos sociales alternativos) y del pluralismo religioso.
A diferencia de Europa (donde a los clérigos disidentes se les acusaba de “contestatarios”), en América Latina se recogió e interpretó de manera creativa el mensaje del Concilio Vaticano II (en un discurso de noviembre de 1962, Juan XXIII afirmó que la iglesia en los países del Sur es “de todos y para todos, especialmente para los pobres”). “Nacen, entroncando con el mensaje conciliar, una red de comunidades eclesiales de base, como lugar de encuentro entre pobres y excluidos de América Latina que también son creyentes; entienden la fe como elemento liberador, como motor de lucha contra la pobreza”, subraya el teólogo.
Muchos de los obispos latinoamericanos presentes en el concilio Vaticano II se desjerarquizan y comunitarizan; 400 obispos se reúnen en Medellín (1968) con el fin de que la iglesia pase de ser colonial y de conquista , a un instrumento para la liberación de los pobres; una nueva manera de hacer teología dirigida a los empobrecidos (con los que se comparten experiencias y a los que se acompaña en la marginación), se opone a la teología hegemónica, entendida –en gran medida-como cuerpo dogmático que parte de cuestiones ajenas a los problemas de las clases populares, como la revelación divina. “Es esta una gran utopía, un lugar en construcción y un avanzar hacia otro mundo posible”, subraya Juan José Tamayo. Y necesaria, aún hoy, también en occidente.

domingo, 23 de septiembre de 2012

EL SEGUIMIENTO DE JESÚS, DESDE VICENTE DE PAÚL, EN LA PERSPECTIVA DEL EVANGELIO DE MARCOS







La pobreza voluntaria
Para Vicente de Paúl el  seguimiento, la evangelización y el servicio a los pobres pasan necesariamente por hacer una opción libre y voluntaria por la pobreza en solidaridad con las personas pobres. Pero, ¿qué entiende Vicente por pobreza voluntaria?
Para esto recurrimos a la conferencia de Vicente de Paúl de 1659[1], a sus 78 años de edad, en donde refiriéndose a la cuestión que nos ocupa, recurre al texto de Marcos 10, 29-30:¨Jesús dijo: ¨Yo les aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos, o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora, al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero vida eterna.¨
Es claro que este texto nos está hablando de un desapego, de un rechazo al sistema de posesión que constituye a la persona según los criterios del mundo. Este desapego-rechazo se hace por una sola e innegociable causa: Jesús y el Evangelio.
Esta fue una verdadera revolución de criterios humanos frente a un sistema en el que las posesiones y los honores eran los constitutivos de un sistema en el que unos pocos oprimían a las mayorías. Esta manera alternativa y reaccionaria de vivir traerá también sus propias consecuencias, debido al seguimiento de un hombre, Jesús, quien causó verdadero escándalo al vivir como un hombre justo y morir en la cruz como el peor de los criminales, siendo víctima de un sistema que no soportó su estilo de vida.
El estilo de vida que propuso Jesús es el Evangelio, es decir, la Buena Noticia. ¿Cuál es esa Buena Noticia?  La Buena Noticia se llama Reino de Dios: es la justicia y la misericordia, sin que una exima a la otra. Entonces, el Reino de Dios implica que no puede haber otro rey más que Dios, esto es, necesariamente, acabar con cualquier otro tipo de reinado: injusticia, dinero, capitalismo, pobreza, corrupción, marginación, violencia (la pax romana=seguridad democrática), hambre, indiferencia, miedo, etc. A todo esto se le llama anti-Reino.
San Vicente hace énfasis en que todo aquello de lo cual uno se desapega y rechaza, por Jesús y el Evangelio, es decir, por ser parte del sistema que aniquila la vida humana y está en contra del Reino de Dios, y no por otras razones, recibirá, ahora, en el presente, el ciento por uno. ¿Qué significa esto? 
Significa que, el Reino de Dios, por ser una alternativa contraria al sistema capitalista, mercantil y empresarial, es radicalmente un sistema comunitario fraterno, solidario  y reaccionario. Esto implica que se alcanzan niveles de familiaridad que rebasan el nexo sanguíneo, pues la comunidad abarca más que la misma familia, y, como consecuencia, en lugar de pocos hermanos, pocas hermanas, una madre, un padre, unos pocos hijos, una casa y pocas propiedades, Dios dará cien veces más, ya que cada miembro de la comunidad con su propia familia, sus bienes y posesiones estará en función y servicio de cada persona que integra la comunidad y sus necesidades concretas. Por tanto, cada persona que integra la comunidad, lo cual implica el desapego libre y voluntario, nunca estará sola, no pasará hambre, no oprimirá ni será oprimido y vivirá en total libertad para amar.
Ahora bien, la consecuencia de hacer una opción voluntaria por la pobreza, en solidaridad con las personas pobres, traerá consigo una nota característica de la Iglesia que por muchos siglos se ha pretendido ocultar o simplemente se ha huido de ella: la persecución. Este es el verdadero signo de que se ha hecho una radical opción por Jesús y por el Evangelio (Reino de Dios). Si no existe persecución es porque no existe verdadero seguimiento de Jesús, por eso, quienes viven las bienaventuranzas (Mt 5, 1-12; Lc 6,20-23) necesariamente experimentarán la persecución, e incluso la muerte (el martirio). La persecución es anuncio de la opción por el Reino de Dios y denuncia de quienes no toleran dicho Reino, sin embargo, a pesar de que a muchas personas les gustaría suavizar esta nota fundamental del seguimiento de Jesús, sin ella se anula el Evangelio.
Después que Vicente reflexiona acerca de la pobreza voluntaria, desde el Evangelio de Marcos, pregunta: “¿No tenemos motivos para pedirle a Dios ese espíritu de pobreza, que nos es tan provechoso? Si alguno fuera tan miserable que no sintiera en su corazón ese afecto por la santa pobreza, ¡Qué digno sería de compasión!”[2]

Rodearse de lunáticos, endemoniados y locos
Vicente de paúl en una conferencia de 1658[3], a los 77 años hablaba que era necesario recibir a los locos que parecían endemoniados, pues el mismo Jesús se rodeó  ¨de lunáticos, endemoniados, tentados y posesos; se los llevaban de todas partes para que los librase y los curase… ¿Por qué no los vamos a recibir nosotros?¨[4]
Vicente está haciendo una clara alusión, a Mc 1, 32-34: ¨Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados: la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios pues lo conocían.¨ Este texto nos hace referencia a otra característica del seguimiento de Jesús: el insertarse en la realidad y rodearse de las personas marginadas y excluidas, pues es la única manera de sanarles y devolverles su dignidad.
Es evidente que no basta con insertarse en una realidad, es necesario ser sensible al dolor y al sufrimiento de la otra  persona, así como tener una conciencia crítica de las causas del dolor y sufrimiento de estas personas. Esto se convierte en un signo claro de la presencia de Reino de Dios en el mundo. Por eso Vicente de Paúl cuestiona a quienes dicen seguir a Jesús, pero no son capaces de vivir como Jesús vivió,  de seguir sus pasos. La opción voluntaria por la pobreza implica vivir con los pobres, entre ellos, asumir su realidad y transformarla desde y con los pobres.
¨ ¡Oh Salvador mío y Dios mío! ¡Concédenos la Gracia de mirar estas cosas con los mismos ojos que tú las miras! ¨[5]
Por tanto, para Vicente de Paúl existe un gran motivo para sentirse feliz: ¨Dar a conocer a Dios a los pobres, anunciarles a Jesucristo, decirles que está cerca el Reino de los cielos y que ese Reino es para los pobres. ¡Qué grande es esto!¨[6]. Para Vicente de Paúl, la mayor felicidad que puede tener una persona es tener la vocación que tuvo Jesucristo, es decir, la evangelización de los pobres, pues estos son la herencia que Dios ha entregado a quienes quiere vivir y hacer presente  el Reino de Dios. Esta vocación es la de toda persona bautizada.

 
Por todo el mundo
Para Vicente de Paúl era una verdadera gracia el ser enviado a predicar por todo el mundo, tal como lo hicieron los apóstoles. Eso es algo continuo en la historia de la humanidad, pues es un mandato del mismo Jesucristo, un envío que Él hace. 
Para Vicente es fundamental asumir lo que dice Mc 16, 15-17: ¨Y les dijo: ¨Vayan por todo el mundo y proclamen la buen nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que acompañaran a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas¨.
Esto implica entonces, que la misión de evangelizar, es decir, llevar la buena noticia del Reino de Dios a los pobres, debe ser para todo el mundo y realizada por toda persona bautizada, por toda persona creyente. Nos está indicando una actitud itinerante, no instalada sino con apertura a todos los pueblos, culturas, etc.
Quienes crean en esta buena noticia se salvarán, pues su vida estará garantizada por Dios y por la práctica de la justicia y la misericordia, mientras que quienes no acojan esta buena noticia se condenarán a sí mismos porque estarán rechazando la oferta de la vida plena en Dios.
El signo visible de su adhesión al Reino será el bautismo, como signo de conversión, de pobreza voluntaria y opción solidaria por los pobres. Los signos que acompañarán a estas personas que creen serán:
1.      En el nombre de Jesús, expulsarán cualquier demonio, es decir, cualquier espíritu que atente contra la vida humana, como el egoísmo, el individualismo, el deseo de ser superior a otros, los prejuicios, el parasitismo, la idolatría, la indiferencia, el espiritualismo, etc.
2.      Hablar en lenguas diferentes, es decir, la capacidad de darse a entender, de poder comunicarse con las otras personas y trasmitirle la buena noticia para que también puedan unirse al proyecto de reino de Dios.
Estas son las notas constitutivas fundamentales del seguimiento de Jesús según Vicente de Paúl en perspectiva del evangelio de Marcos.
¿Qué característica del seguimiento de Jesús, a partir del evangelio de Marcos, y según Vicente de Paúl, te ha impactado más y por qué?
¿Cómo vas a  llevar esto a la práctica?


[1] Cfr. Conferencias a los misioneros: Vicente de Paúl. Editorial CEME. Salamanca, España, 1992. Pg. 640-650.
[2] Ibid. Pg. 645.
[3] Cfr. Ibid. Pg. 283- 300
[4] Ibid. .p. 396.
s  Ibid. 396
[6] Ibid. P.389

domingo, 1 de julio de 2012

EN ESTOS TIEMPOS, SER ATEO PUEDE SER LA MEJOR MANERA DE SER CRISTIANO

SOLO UN ATEO PUEDE SER BUEN CRISTIANO

Por José Miguez Bonino *

La curiosa frase del título no es un mero recurso para llamar la atención. Surgió de un intercambio entre un filósofo ateo, Ernst Bloch, que ha consagrado un profundo interés a la influencia del mensaje bíblico en la historia de la esperanza, y de un teólogo cristiano, Jürgen Moltmann, que ha tratado de reivindicar el lugar central de la esperanza en la revelación bíblica. Fue el primero quien dijo: “Solo un ateo puede ser buen cristiano”, a lo que el segundo respondió: “Solo un cristiano puede ser buen ateo”. He citado estas frases porque resumen de modo admirable la idea que quiero desarrollar.

Frecuentemente pensamos que lo que más importa es que una persona crea en Dios, que crea en su existencia, que tenga fe. El ex presidente norteamericano Eisenhower dijo en una ocasión: “Lo más importante es que el hombre tenga fe; no me importa en qué pero que crea”. En realidad, esto es moneda corriente. Si reflexionáramos un poco, nos veríamos obligados a reconocer, sin embargo, que buena parte de las acciones más bárbaras llevadas a cabo por el ser humano han sido producto de la fe, obra de gente que creía de todo corazón y que tenía, incluso, la convicción de estar sirviendo a Dios. Ni la creencia en Dios ni la intensidad de la fe constituyen una gran garantía. En realidad, lo que importa es, precisamente, en qué Dios creemos, cuál es el contenido de la fe. No deja de ser significativo que los cristianos primitivos fueron acusados de “ateos” y juzgados y condenados como tales por rehusarse a creer en los dioses que regían la vida de la sociedad.

En este sentido, es cierta la frase de Bloch: “solo un ateo puede ser buen cristiano”. Es decir, solo quien niegue ciertos “dioses” puede tener fe en el verdadero Dios. De allí que convenga detenernos por unos momentos en la consideración del ateísmo. ¿Por qué es alguien ateo? ¿Qué respuestas nos dan quienes rehusan creer en la existencia de un Dios?

¿DIOS VERSUS CIENCIA?

Hay quien nos dice: “Yo creo en la ciencia y por lo tanto no puedo aceptar la existencia de Dios”. ¿A qué se debe que alguien vea a la ciencia y a Dios como cosas que se excluyen mutuamente? La simple respuesta es que la religión ha presentado frecuentemente a Dios como sustituto de la ciencia, del conocimiento y de la investigación humanos. No se trata solamente de los casos de fanatismo religioso en que la gente rechaza la ciencia --por ejemplo, el uso de la medicina-- por una fe supersticiosa en que Dios ha de realizar milagrosa o mágicamente las cosas. Pienso más bien en el intento de utilizar a Dios como explicación de aquellas cosas para las cuales no tenemos aun una explicación científica y racional.

Podríamos mirar esto a través de la historia. El ser humano primitivo carecía de explicaciones para una cantidad de cosas. No sabía por qué se sucedían el día y la noche, por ejemplo. Y buscó la explicación en los dioses. Había un dios del día y la luz, y otro de la noche y las tinieblas. La lucha entre ambos, explicaba la sucesión entre noches y días. Bien sabemos cuántas historias distintas de dioses -mitologías- giran en torno a los fenómenos meteorológicos (tormentas, eclipses, mareas, etc.). Pero un buen día descubrimos que los movimientos de la tierra y del sol, la fuerza de la gravedad o la electricidad atmosférica nos permiten descifrar esos misterios. Y entonces Dios nos sobra. La historia se ha repetido mil veces. Siempre quedaba algún hueco donde Dios todavía podía servir de explicación: la vida, la mente humana, la energía. Pero la ciencia va ocupando lentamente todos los huecos. Y Dios es desalojado del universo. Un dios-explicación que sustituye a la ciencia, tiene poco futuro en un universo que va siendo sometido al conocimiento humano. Y de allí que parece no quedar otro camino que hacerse ateo. En este sentido, hay que ser ateo para ser buen cristiano. Porque la fe cristiana rechaza esta sustitución. En el magnífico relato poético de Génesis 1 con el que se abre la Biblia, Dios le da al ser humano el uso y gobierno de la creación. Utilizando una significativa expresión de la época, Dios le da al ser humano la autoridad de “poner nombre” a las cosas, es decir, de conocerlas, regirlas, administrarlas, conocer sus secretos y poder utilizarlas para sus propósitos. En otros términos, Dios encomienda al ser humano la actividad científica y tecnológica. Realizar esa labor no es un desafío a Dios, no es restarle espacio: es colaborar con Dios cumpliendo una tarea que éste ha encomendado al ser humano. Por supuesto, hay preguntas que envuelven toda actividad científica y tecnológica, frente a las cuales la fe tiene algo que decir: qué función tiene la ciencia, para qué se utiliza la tecnología, a servicio de qué proyectos o fines se la coloca. Pero de ninguna manera eso significa que Dios quede ubicado en los rincones todavía no explicados del universo. De ese Dios como sustituto del conocimiento humano también los cristianos somos ateos.

¿DIOS VERSUS SER HUMANO?

Otros dirán: “Yo no creo en Dios porque creo en el ser humano”. “Cuanta más importancia demos al ser humano” -insistirán- “tanto menos lugar le dejamos a Dios”. Se los coloca en dos platillos de la balanza: si uno asciende, el otro baja, y viceversa. “Los religiosos”, se nos dice, “sacrifican el ser humano a Dios”. Para rescatar el valor del ser humano, por consiguiente, hay que “sacrificar a Dios”. En realidad, bien lo sabemos, las religiones han sacrificado muchas veces los seres humanos a Dios, incluso literalmente.

Pero no es necesario remontarse a las culturas que practicaban sacrificios humanos. Cuántas personas piensan, aun hoy en día, que para honrar a Dios hay que despojarnos de nuestra humanidad, de aquellas cosas que hacen la vida humana más rica, más placentera, más plena; en una palabra, más humana: el amor, la alegría, la cultura, la comunión, la amistad. Entonces, quien valora estas cosas, se ve obligado a elegir entre el ser humano y Dios, y se queda con aquel.

Este punto de vista está a miles de kilómetros de distancia de lo que la Biblia enseña acerca de Dios. Y sin embargo es el mismo que ha predominado en vastos sectores del cristianismo y en muchas épocas. Esa fue una de las grandes batallas que Jesús tuvo que librar en su época, con aquellos que hacían de la religión un fin, y del ser humano un esclavo. Dios, por ejemplo, había instituido un día de reposo, para que el ser humano descansara de su labor y pudiera disfrutar de la contemplación del mundo, de la comunidad de los suyos, de la alabanza y la comunión con el mismo Dios. Pero ese reposo había sido transformado en una prisión: no se podía curar un enfermo, no se podía caminar, ni se podía hacer el esfuerzo de cortar una espiga de trigo y comer el grano. Era el día de Dios y por ende un día negado al ser humano. Y Jesús responde indignado: ustedes han puesto las cosas patas arriba. “El día de reposo fue hecho a causa del hombre” y no al revés. ¡Qué mejor manera puede haber de honrar a Dios en ese día que dando salud, alegría y plenitud a la vida del ser humano! “Ustedes, los religiosos”, dice Jesús, “quieren honrar a Dios limitando y poniendo barreras a la vida humana”. Pero, para la verdadera fe, honrar a Dios significa dar libertad, enriquecer la vida, honrar al ser humano. Esa es la voluntad de Dios.

¿DIOS VERSUS JUSTICIA?

Finalmente, algunos nos dirán: “Yo no creo en Dios porque es un instrumento para la explotación y el sometimiento del ser humano”. Nuevamente, hemos de reconocer que frecuentemente ha sido y aun es así. El educador brasileño Paulo Freire, relata los diálogos sostenidos más de una vez con campesinos pobres de su país. La conversación giraba en torno a la situación del campesino: su miseria, el hecho de no poseer la tierra que trabajaba y a menudo tampoco el producto de la misma, la imposibilidad de suplir sus necesidades mínimas y progresar. Finalmente llegaban a la conclusión de que las cosas eran así porque siempre lo habían sido. Uno era campesino porque lo había sido su padre, y su abuelo, y el abuelo de su abuelo. Unos nacen campesinos y otros propietarios: así son las cosas. Y a la pregunta, “¿por qué es así?”, la respuesta del campesino solía ser: “Así lo hizo Dios”. Fijémonos lo que esto quiere decir: si Dios lo hizo así, si Dios lo quiere así, no hay que cambiar la situación. Intentar cambiarla sería desobedecer la voluntad de Dios. El argumento ha sido repetido más de una vez por propietarios y religiosos: “Dios ha hecho ricos y pobres, propietarios y campesinos, y no hay que tocar el orden creado por Dios”. Quien se rebela contra ese “orden” lógicamente se rebela contra el Dios que lo ha creado y lo mantiene. Si Dios garantiza el estado actual de las cosas, para cambiarlo hay que rechazar a Dios.

Una vez más, una lectura bastante superficial de las páginas de la Biblia -desgraciadamente bien ocultadas, muchas veces por las mismas iglesias- alcanzaría para dar por tierra con ese Dios. Es importante decirlo con toda claridad: el Dios de la Biblia de ninguna manera garantiza la propiedad del explotador ni ha autorizado la esclavitud del sometido. Por el contrario, como lo dice uno de los profetas, quienes sotienen ese orden de cosas “no conocen a Dios”. Por el contrario, el gobernante que hace justicia y protege el derecho del débil y del pobre, ese es el que “conoce a Dios” (Jeremías 22:13-16).

Por lo tanto, cuando alguien dice: “Yo no creo en Dios porque creo en la ciencia”, o “Yo no creo en Dios porque creo en el ser humano”, o “Yo no creo en Dios porque creo en la justicia”, debo responderle que yo tampoco creo en ese Dios. Y que solamente quien sea un apasionado ateo de ese “dios” puede ser verdaderamente cristiano. El que adora a un dios que sustituye a la ciencia, o que rebaja al ser humano, o que garantiza situaciones de injusticia, ha depositado su fe en un dios falso. Cuanta más fe tenga, tanto peor. Porque su fe no está dirigida al verdadero Dios.

¿CREYENTE O IDÓLATRA?

¿Cómo es posible que ocurran esas aberraciones? ¿De dónde provienen esos dioses falsos? La Biblia repite frecuentemente que los seres humanos nos inventamos dioses, los fabricamos. Por supuesto, es claro que fabricamos “imágenes” de dioses. Un profeta, Isaías, se burla de quienes toman un trozo de madera y lo tallan para hacerse una imagen. Con las astillas que quedan -dice Isaías- hacen fuego y se preparan un asado. Y la talla que han hecho con la misma madera la colocan sobre un pedestal, se inclinan ante ella y le ruegan: “Dios mío, sálvame”. Ridiculiza así la adoración de imágenes. Pero, más profundamente, se denuncia toda esa mistificación por las que nos fabricamos ideas de Dios, conceptos de Dios, a la medida de nuestras conveniencias e intereses. Inventamos dioses para defender nuestros intereses, para justificar nuestra tranquilidad culpable frente al mal, para ahorrarnos el esfuerzo de luchar por un mundo mejor, para justificar nuestro egoísmo personal, de familia, de clase o de nación. Y después los adoramos, cuando en realidad nos estamos adorando a nosotros mismos. Por ejemplo, Jesús dice que “no se puede adorar a Dios y a Mammón” (el dios del dinero o la riqueza). Y el apóstol Pablo dice que “la avaricia es idolatría”, es decir la adoración de un dios falso.

Es cierto que no siempre nos damos cuenta de lo que estamos haciendo. A veces, porque no le damos carácter religioso. Decimos que no somos religiosos, que no nos interesa la religión, pero en realidad hemos hecho de alguna de estas cosas -la riqueza, el poder, la comodidad- un dios y lo sacrificamos todo a ellas. O, lo que en realidad es peor, nos llamamos cristianos, decimos que adoramos al Dios verdadero, que creemos en Jesucristo pero, en realidad, bajo esos nombres ocultamos nuestros propios intereses egoístas, de grupo o de clase. Hemos mantenido el nombre de Dios, pero hemos vaciado su contenido. No hay verdadera fe si no se destruyen esos dioses falsos. Este es el primer problema: para creer en Dios hay que descreer de los dioses que nos fabricamos, hay que comenzar por ser ateos de estos dioses.

EL DIOS QUE NO ESTÁ SOLO

La lucha del Dios verdadero contra los dioses falsos es uno de los temas constantes de la Biblia. Esto nos obliga a preguntarnos: ¿qué es el verdadero Dios?, o mejor: ¿cómo es?, o tal vez más precisamente: ¿quién es?. Un diario de Buenos Aires traía un comentario acerca de Dios que terminaba diciendo una antigua definición: “Dios es el uno, el que está solo”. En realidad, esta afirmación es casi la mayor herejía, la mentira más grande que se puede decir acerca de Dios. En términos de la fe cristiana como se manifiesta en la Biblia, como la enseñó y vivió Jesucristo, Dios es, precisamente, el que nunca está solo, el que no ha querido estar solo. Dios es el que ha decidido crear un mundo y relacionarse con él. Más aun, Él ha creado al ser humano, para hacer con él una sociedad, para invitarlo a trabajar juntos en la transformación y perfección de lo creado.

Desde el comienzo Dios dice al ser humano: “vamos a hacer juntos este mundo”. Él ha puesto los fundamentos, ha dado una realidad, un mundo como un huerto para ser labrado, para que fructifique y se hermosee. Y ha creado una familia humana para que crezca y se constituya en comunidad de trabajo y de amor. Y Dios invita: “Vamos a hacer juntos este mundo”; comienza a “cultivar el jardín”, a administrar y gobernar el mundo, a poner nombre y descubrir el secreto de la vida y hacerla rica y útil. Es más, en ese mismo relato bíblico, cada vez que el ser humano quiebra esta sociedad -y lo hace constantemente- Dios vuelve a proponerla, la rehace, y le da un nuevo futuro y una nueva tarea.

El Dios verdadero no es “el que está solo”. Por el contrario, es quien invita al ser humano a estar con Él. Es un Dios que se ocupa de los demás, del mundo y del ser humano más que de sí mismo. Esto es sumamente sugestivo porque habitualmente pensamos en un Dios que está allá, distante, aguardando que los seres humanos piensen en él, se ocupen de él, traten de agradarle o satisfacerle. El Dios de la Biblia, en cambio, está constantemente ocupado en el mundo, en su curso, en la creación de la vida y en su plenitud, en la justicia y la verdad entre los seres humanos. Cuando le habla al ser humano -como ocurre frecuentemente en la Biblia-, no es para hablar de sí mismo sino de su propósito, y su deseo para el mundo y para los seres humanos. No hay en la Biblia discusiones de la naturaleza o del ser de Dios. El tema de conversación de Dios con el ser humano es el ser humano mismo. Quien no se interesa en éste no tiene de qué hablar con Dios. Porque Dios está totalmente concentrado en su proyecto para el mundo, e invita a los seres humanos a pensar en este proyecto, a tomarlo en serio, a comprometerse con Él para realizarlo. Este es el comienzo de la fe.

El símbolo central de la fe cristiana, la cruz, es la afirmación más rotunda de esta decisión de Dios de estar con los seres humanos. Tan en serio ha tomado Dios su compromiso con el ser humano en la realización de este proyecto, que no vacila en arriesgarse en participar de la vida humana aun en su pobreza y su fragilidad, incluso hasta la muerte, para restaurar la sociedad con el ser humano. El Dios de la Biblia es Dios para los otros y no para sí mismo. Es un Dios que sufre, que se juega, que correo riesgos en su proyecto de crear un mundo. Cuando mencionamos a Jesucristo estamos hablando de esto, de una “apuesta” que Dios hizo a favor del ser humano, colocándose a sí mismo como garante. Y dio su vida. Con razón que se sintieron desorientados y perplejos los filósofos que habían imaginado un Dios a su semejanza: una especie de filósofo universal, ensimismado en sus propios pensamientos, contemplando desapacionadamente el mundo. Este Dios cristiano, “de carne y en la carne”, como decía un pensador español, este Dios apasionado que se deja golpear e insultar, y crucificar, para sellar una voluntad de transformación del mundo, solo éste es, en términos cristianos, el Dios verdadero.

EL DIOS PODEROSO PERO NO TIRANO

Alguno dirá, sin embargo: “Esto de que Dios quiere estar con los seres humanos, que participa en las contingencias de la historia, que corre riesgos, ¿quiere decir que Dios no es poderoso?, ¿qué no es soberano?”. Parecería que un Dios así casi no es realmente Dios. Pero hagamos una pausa y preguntémonos: ¿qué significa ser soberano?, ¿qué es ser poderoso?. Como a menudo ocurre, definimos los términos por nuestra cuenta, aparte de cómo Dios mismo los ha definido, y luego se los adjudicamos. Así hemos pensado “poderoso” y “soberano” tal y como nuestro egoísmo y nuestro ser deshumanizado pretenden serlo. Jesús mismo tuvo que corregir un día a sus discípulos sobre este tema. Ustedes, les dijo, hablan de poder y autoridad. Pero hablan en los términos de “los poderes de la tierra” que se apoderan de aquellos sobre quienes tienen autoridad y los someten. Pero para ustedes las cosas no han de ser así. Por el contrario, miren mi propia autoridad y poder -me he comportado como un servidor-. “El que quiera ser el más importante entre ustedes, hágase servidor de todos”.

Aquí hay una concepción distinta del poder. Si queremos hallar términos de comparación, pensemos en el poder creador del artista, que trabaja y vuelve a trabajar la arcilla, que compone y recompone y revisa. No pensemos en el mago cuya varita mágica toca las cosas y se hacen solas. Dios es poderoso como el artesano que no se fatiga ni se desalienta, que sigue trabajando con infinita paciencia y perseverancia, que recomienza cuantas veces sea necesario hasta lograr crear lo que está deseando, su proyecto. Es poderoso porque es fiel a su obra, porque no se aburre ni se fatiga hasta que completa su obra. O pensemos en el buen gobernante: no en el tirano que avasalla y domina a su pueblo. El buen gobernante es el que estimula a su pueblo, lo guía en la búsqueda de sus metas, le señala el camino, lo habilita para lograr juntos un destino. Dios no es un gobernante que fije arbitrariamente el camino de su mundo o lo dirija mágicamente desde arriba: es el soberano que guía, estimula, acompaña a su pueblo.

Creer, en términos cristianos, significa entrar en sociedad con ese Dios que trabaja con el ser humano. Es firmar un contrato por el cual nos comprometemos a participar en su proyecto para el mundo, a hacer nuestro ese proyecto. Es decisivo, por lo tanto, saber qué contrato firmamos y con quién. No es lo mismo hacerlo con cualquiera de los dioses que inventamos o con el Dios que la Biblia nos muestra, el Dios que nos llama a crear con Él un mundo en el que valga la pena vivir.

* José Miguez Bonino fue pastor de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina (IEMA) y profesor y rector del Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (hoy Instituto Universitario ISEDET). Reconocido internacionalmente como teólogo, docente y escritor, contaba con dos doctorados en teología otorgados por la Universidad de Estrasburgo y el Union Theological Seminary de Nueva York respectivamente, y un doctorado en teología ‘honoris causa’ otorgado por la Universidad Libre de Amsterdam. Participó del Concilio Vaticano II como el único observador latinoamericano no católico romano; fue presidente del Consejo Mundial de Iglesias (CMI); fue miembro fundador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) y del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH).

viernes, 22 de junio de 2012

MEMORIA FOTOGRÁFICA: 30 DE JUNIO, DÍA DE TODOS LOS MÁRTIRES EN GUATEMALA













Hermógenes López Coarchita, mártir

Tomado de: http://www.amistrada.net/S/S+testim/S+testim+s/S+testim+s+hermog.htm

testimonios + El Padre Hermógenes López Coarchita, mártir

En 1978, un mes después de la masacre de Panzós (29 de mayo), es asesinado el padre Hermógenes, párroco de San José Pinula, el 30 de junio.

 
1 Contexto histórico
En 1978, estamos a dos años del terremoto (1976), desastre natural que funciona como radiografía del país, que revela el desastre social que sufre Guatemala: el de un país dividido entre una minoría con abundantes recursos (cuyas casas resistieron el sismo) y una mayoría que sufría una pobreza extrema (las víctimas del terremoto eran los pobres, que vivían en casas de adobe).
El pueblo se hace consciente de esta situación injusta (pecado estructural), ve que es posible cambiarla y se levanta para demandar un cambio. Se levanta en Panzós para defender su derecho a la tierra y se levanta en San José Pinula para defender su derecho a los recursos naturales como el agua. Seis meses antes, en noviembre de 1977,  los mineros de Ixtahuacán, Huehuetenango, realizan una gran marcha hacia la capital para defender sus derechos a los minerales como aquellas minas.
Esa marcha fue apoyada por todos los poblados por los que pasaron, y al llegar se les unió gente de la Costa Sur.
 
2 Contexto eclesial
 
Unidos en la esperanzas la carta que escribieron los obispos después del terremoto para animar al pueblo.
La Iglesia, en medio de una situación injusta como la que se vive en América Latina, opta por los pobres (la opción por los pobres que debería ser declarada en la reunión de Puebla en 1978, fue declarada en 1979, ya que esta asamblea fue pospuesta un año, debido a las muertes del Papa Pablo VI y del Papa Juan Pablo I).
En este contexto debemos evocar
 
3 la figura del Padre Hermógenes
Sacerdote sencillo, originario de Ciudad Vieja (Antigua).
Muy sensible a los signos de los tiempos: percibía el llamado de Dios a través del sufrimiento del pueblo. A pesar de que su formación teológica y su espiritualidad llevaban la marca pre-conciliar, su práctica pastoral era novedosa. Era liberadora. ¿Por qué? Porque se identificaba completamente con sus pinulas, es decir, con los habitantes de la parroquia rural de San José Pinula. Ahí fue párroco durante 12 años.
El buen pastor Hermógenes, ante la amenaza de los lobos, defiende y pelea por su rebaño, en la defensa de sus derechos:
-    en el caso del agua (cuando la empresa Agua S.A. pretendía quitar el agua de la región para entubarla y venderla en la ciudad);
-    en el caso del precio de la leche, que habían subido los finqueros, privando de este alimento a los niños y niñas de la región;
-    en el caso de su oposición a las ilegales e inhumanas agarradas para el cuartel, luchó por el respeto y la dignidad de los jóvenes de su parroquia.
Hermógenes entiende que la misión cristiana trasciende el ámbito eclesial. Entiende que el compromiso cristiano debe llegar a transformar el mundo, debe llegar a anunciar el Reino de Dios en el mundo, debe llegar a construir como diría 20 años después monseñor Gerardiun país distinto, libre de injusticias y libre de desigualdades contrarias al proyecto de Dios y a los derechos del pueblo.
 
Por eso, además de la vida intra-eclesial, encabeza la marcha del pueblo a la ciudad capital, en la movilización por el recurso del agua. Y dirige una carta al presidente Laugerud García, solicitando que suprima el ejército. ¡Era de la misma opinión del profeta Isaías que pedía forjar azadones de las espadas y podaderas de las lanzas (Is. 2,4)!
 
4 Su martirio
Sabemos lo que ocurrió el día después de que aquella carta al presidente fuera publicada en la prensa: a las 11 de la mañana, cuando regresaba de una visita a un enfermo en la aldea El Paraíso, lo asesinan.
Hermógenes cae como mártir, al igual que tantos miles de mártires en nuestro país.
El buen pastor da su vida por las ovejas, al igual que 20 años después monseñor Gerardi.
 
5 Su recuerdo
Hoy, a los 25 años del asesinato, estamos reunidos aquí para conmemorar al padre Hermógenes. ¡Uno de los grandes! ¡Uno de los mejores hijos de Guatemala!
Así como la gente de San José Pinula, sus feligreses, tiene la foto de Hermógenes en el altarcito de sus casas y se acuerdan de él como de un santo, así queremos mantener en alto su memoria, en el nivel nacional.
Está anunciada la próxima publicación de su diario, que nos ayudará a apreciar mejor el perfil de este sacerdote guatemalteco que, como Jesús mismo, supo amar a su pueblo hasta el extremo de dar su sangre por él.
 
6 Su inspiración para la Iglesia y para el pueblo de hoy
A un cuarto de siglo de su sacrificio, ¿qué significa Hermógenes para nosotros?
En estos 25 años ha habido muchos cambios, pero todavía se mantiene en Guatemala, por desgracia, una situación de pecado estructural: injusticia, impunidad, pobreza degradante, exclusión,...
-   Retomemos la bandera de Hermógenes. Como él, defendamos al pueblo: ahora cuando muchos le dan la espalda al pueblo, robando sus recursos en lugar de aumentarlos y potenciarlos.
-   Como él, seamos cristianas y cristianos comprometidos. Seamos hombres y mujeres de buena voluntad: ciudadanos y ciudadanas con criticidad, con propuestas para solucionar los problemas y por encima de todo: con amor a quienes necesitan de la mano del samaritano que los puede levantar del polvo.