martes, 31 de enero de 2012

La diferencia entre ser bueno/a y ser SEGUIDOR/A DE JESÚS (CRISTIANO/A)



Algunas veces o quizá la mayoría de veces, las personas que decimos pertener a la religión cristiana creemos que porque somos "buenas", hacemos "obras de misericordia" y tenemos una "sana y ortodoxa moral" (es decir, no causamos escándalos ante la sociedad porque nos comportamos "bien"), con eso basta y sobra para declararnos fieles en el seguimiento de Jesús.

En Mt 19,16-22, encontramos claramente la diferencia entre ser bueno/a y ser seguidor/a de Jesús. El texto nos hablará de la diferencia entre la persona buena, que es la que cumple fielmente los mandamientos; y la persona perfecta, que, según el mismo Jesús, es la que está capacitada para ser seguidora de él.

Una persona buena es aquella que siente amor por Dios, que no le causa el mal a sus semejantes, que participa en la celebración del culto religioso, que no roba, que no mata, que está libre de impurezas de mente, corazón y acción, que no da escándalos por su comportamiento sexual, que no desea lo ajeno en relación con las personas y los bienes, que no miente, etc. Esa es una persona buena. El hombre joven que se acercó a Jesús cumplía con todo esto, es decir que era un hombre bueno, que, por supuesto, también tenía fe en Dios.

Sin embargo, la cuestión conflictiva, según el mismo Jesús, es que con ser bueno no se consigue la vida eterna, entendiendo vida eterna como el ser perfecto, es decir, aquel que busca el Reino de Dios y su justicia (Mt 6,33).

Jesús va a decir que le hace falta algo para ser un hombre perfecto, para tener vida: la justicia. Esta justicia tiene una connotación bíblica fuerte, pues no es la justicia que en nuestra sociedad globalizada actual se cree. La justicia socialmente aceptada, incluso por las personas que nos denominamos cristianas, es la que indica que cada quien tiene lo que se merece, y si alguien falla se condena y si alguien no falla se le premia; es la justicia que nos enseña que se debe pagar el salario mínimo porque eso dice la ley, aunque se sepa que con un salario mínimo no vive una familia con la dignidad mínima; esta justicia nos dice que si no es mi problema no debo involucrarme, la que me indica que puedo acumular y acumular riquezas porque son todas para mí y mi bienestar y el de mi familia y amistades cercanas, pues he pagado el salario mínimo a mis trabajadores y he acumulado todo lo que he podido. Esa justicia está lejos de ser la justicia bíblica que nos muestra el mismo Jesús de Nazaret.

Para que este hombre joven y rico, cumplidor de los mandamientos pudiera tener vida, debía hacer una cosa más: ir, vender todo lo que tenía y darle todo su dinero a las personas pobres (Mt 19,21). Eso no lo debía hacer porque las personas pobres hubieran hecho méritos ni porque fueran menos pecadoras, ni porque fueran más amables o más sencillas o más humildes o porque se lo dijera el mismo Jesús. El hombre joven y rico lo debía hacer porque reconocía en las personas pobres hermanos y hermanas que estaban sufriendo y que estaban en peligro sus vidas. Lo debía hacer porque les amaba y no podría vivir sin ser solidario con ellas. Por eso la justicia en los evangelios está íntimamente ligada a la misericordia. Podría decirse que el otro nombre de la justicia es la misericordia y viceversa.

La justicia bíblica está plenamente expresada en muchos textos narrativos, parábolas y salmos a lo largo y ancho de la Sagrada Escritura. El asunto es que la justicia bíblica compromete el propio pellejo y los propios bienes para que otras personas tengan vida, así parezca que no se lo merecen porque no son "buenas", porque tienen mala reputación, etc.

Si nos vamos a ver en el mismo evangelio de Mateo 5,1-11, vemos que las personas bienaventuradas, las felices, las dichosas, las perfectas, las que alcanzan la vida son quienes hacen su opción por la causa de las personas empobrecidas, de las que tienen pocas o nulas posibilidades de vida digna, de quienes están en mayor riesgo de morir a causa de la injusticia y la indiferencia. Esto se expresa consolando a quienes más sufren, siendo pacientes y no actuando con violencia, pero sí exigiendo la justicia y tratando de vivirla en todas las dimensiones de la vida humana. Es no sólo buscar el propio bien y por encima del bien de muchas personas más. Es ser misericordiosos, sientiendo el sufrimiento ajeno como propio y buscar sus causas para encontrarle soluciones para, en y desde la comunidad. Es no sólo rezar por la paz sino trabajar por ella, así existan persecusiones, insultos, mentiras y muerte violenta. Esas personas son las perfectas, las que alcanzan la vida.

El problema es que el sistema de vida actual, nos ha formado contrariamente a la propuesta de Jesús de Nazaret. Puede que muchas personas seamos buenas y cumplamos con todos los mandamientos al pie de la letra y tengamos fe, pero estamos lejos de ser seguidoras de Jesús de Nazaret. Probablemente no se nos ha caído la venda de los ojos y seguimos ciegos como muchos fariseos que eran fieles cumplidores de la ley de Dios, pero no pasaron de allí, pues les hizo falta una sola cosa: ir, vender todo lo que poseían y dárselo a las personas empobrecidas. Esto es sumamente difícil, mas no imposible, para las pesonas ricas, que viven entre lujos y despilfarros.

Ahora bien, existe una cuestión más que es necesaria en el tema que nos ocupa aquí. En Mt 25, 31-46 se expresa la distinción entre quienes obtienen la vida y quienes no la pueden obtener. Se dice que Jesús separará entre ovejas y cabritos o chivos. La acción de Jesús es simplemente separar, desenmascar a quienes se quieren hacer pasar por ovejas pero no lo son, pues la verdad saldrá a luz y la mentira será dejada en evidencia.

Las ovejas son quienes vivieron "las bienaventuranzas" (Mt 5,1-11), es decir, las personas que asumieron el seguimiento de Jesús y creyeron en el proyecto del Reino de Dios y su justicia (Mt 6,33). Las personas que se solidarizaron con quienes más sufren y viven en condiciones infra-humanas y asumieron las consecuencias de dejar de ser buenas para ser perfectas, ésas son quienes viven el Reino que estaba preparado desde siempre por Dios, es decir, que son las personas que viven plenamente la voluntad de Dios.

Los cabritos o chivos son quienes vivieron todo lo contrario a las ovejas, pues no fueron capaces de solidarizarse en justicia con quienes están en condiciones de vida nulas o indignas.

El problema es que ahora, como ya sabemos la "fórmula mágica" para obtener la vida, para pertenecer al Reino de Dios, entonces asumimos la solidaridad y "vivimos las bienaventuranzas y lo expresado en el texto del juicio final" simplemente por el interés de ganar dicha vida. Se nos olvida que las ovejas que fueron solidarias en justicia con las personas más pequeñas, no lo hicieron con interés de nada, ni siquiera pensaron que al servir y amar a sus semejantes más insignificantes social y moralmente estaban haciéndolo al mismo Jesús de Nazaret, simplemente fueron misericordiosas, compasivas con el sufrimiento de otras personas y les reconocieron no como personas extrañas sino como hermanas. Esa es la gran diferencia.

Esto nos plantea serias cuestionantes en relación a nuestro comportamiento religioso, a la vivencia del culto en nuestra iglesia, a la relación con las demás personas, al sistema social hegemónico, al neoliberalismo, al sistema educativo, etc., y nos descubre nuestras injusticias (nótese que en estos textos y muchos otros no se habla de pecado sino de injusticia) y terminamos descubriendo que nos hace falta mucho para ser verdaderamente personas humanas y cristianas, verdaderas seguidoras de Jesús de Nazaret y, por tanto, fieles cumplidoras de la voluntad de nuestro Padre Dios.

Hoy Jesús nos pregunta personal y comunitariamente: ¿Eres una persona buena o en verdad quieres seguirme? ¿Quieres la vida o no? Si respondemos que sí, ya sabemos qué es lo que debemos vivir... y si no... pues tranquilos... Nos perdemos la verdadera vida en Jesús.