jueves, 18 de febrero de 2010

EL PECADO DE LA EXCLUSIÓN

Conceptualización

El pecado personal y social
En la raíz de todas las contradicciones personales y sociales, que ofenden en modo diverso el valor y la dignidad de la persona humana, se halla una herida en lo más íntimo del ser humano. Nosotros, a la luz de la fe, la llamamos pecado; comenzando por el pecado original, originado y originante, que cada uno lleva por el mero hecho de ser humano y que nos recuerda nuestra contradicción y contingencia, hasta el pecado que cada uno comete, abusando de su propia libertad .

El pecado es, básicamente, ruptura de relaciones, en primer lugar con Dios, es una alienación; es ruptura con los demás seres humanos; y ruptura con toda la creación, con la naturaleza, con el cosmos. Es claro que la ruptura de relación con Dios desemboca dramáticamente en la división entre los hermanos .

El misterio del pecado comporta una doble herida, la que el pecador abre en su propio ser y en su relación con el prójimo. Ya aquí, entonces se puede hablar de de la dimensión personal y la dimensión social del pecado. Todo pecado es personal bajo un aspecto, y bajo otro aspecto, todo pecado es social.

El pecado, en sentido verdadero y propio, es siempre un acto de la persona, porque es un acto de libertad humana en particular, pero por el hecho inherente de que el ser humano es sociable, es un ser de relaciones con el Otro, el otro y lo otro, el pecado personal siempre afecta a otros.

Algunos pecados, además, constituyen, por su objeto mismo, una agresión directa al prójimo. Estos pecados, en particular, se califican como pecados sociales. Es social todo pecado cometido contra la justicia en las relaciones entre persona y persona, entre persona y la comunidad, y entre la comunidad y la persona. Todo pecado es una agresión directa a los derechos fundamentales del ser humano, comenzando por el derecho inalienable a la vida, o contra la integridad física de alguien; todo pecado contra la libertad de los demás. Es pecado social todo pecado contra el bien común .

El pecado estructural
El pecado tiene un aspecto enmascarador, ideológico e ideologizante al que el ser humano recurre para poder afirmarse, legitimarse. Cualquier intento de explicar el pecado que no dé cuenta de este enmascaramiento justificador, es sospechoso.

Estas consideraciones nos introducen al tema del pecado estructural o ambiental. El pecado se puede ideologizar, porque no sólo constituye nuestra a-normalidad y nuestra aberración, sino que constituye nuestra atmósfera, nuestra normalidad. El pecado se ve tan normal en nuestra realidad, que es muy fácil camuflarlo de bien, como si no existiera tal pecado. Se ha convertido en una especie de “ecosistema”, que pasamos desapercibido, y mientras el pecado ambiental va cobrando víctimas, lo vemos como algo natural del entorno .

En el Evangelio de Juan se encuentra una noción de lo que ahora llamamos el pecado estructural. Él le llama “pecado del mundo”, o simplemente “mundo” (Cfr. Jn 1, 10.29). Se habla aquí del pecado del mundo, no solamente del pecado de algunas personas, es una cuestión que abarca una realidad que está en el “mundo”, como algo ambiental. El mundo no le reconoció y por eso asesinó a Jesús. Es claro que ese pecado ambiental, que está en el mundo, atenta contra la vida de inocentes, tiene sus víctimas.

Ahora bien, así sin más, pareciera que el pecado es una realidad etérea, abstracta, pero sabemos muy bien que, bíblicamente, el mundo tiene relación directa con el ser humano, a quien le fue entregado todo lo creado para que lo administrara (Cfr. Gn 1, 28; 2, 15). Eso nos indica, sin profundizar demasiado pues no es el tema de investigación, que el pecado del mundo, el mundo mismo presenta una realidad de pecado instalado en él, pero no por cuenta de él mismo, sino del ser humano que, en su relación rota con Dios, con sus hermanos y con todo lo creado, ha “creado” una “atmósfera” de pecado .

El ser humano es un ser en relación, con una capacidad y necesidad inherentes de relacionarse, sin embargo esa “relacionalidad” humana necesita de mediaciones. Utiliza instituciones tales como el matrimonio, la familia, la vecindad, etc. Pero también va construyendo estructuras sociales, que están constituidas por las instituciones que son producto de esa “relacionalidad” humana. Es así como el pecado va instalándose en instituciones y estructuras que sostienen una sociedad.

La convivencia humana es siempre un hecho activo y pasivo a la vez. Mi actuación en el mundo repercute en otras personas, y el actuar de otras personas repercute en mí, así la relación no sea directa. Los seres humanos entablamos la convivencia, pero también vamos siendo poco a poco marcados y condicionados por ella, algunos llegan a afirmar que llegamos a ser determinados por ella, quizás sea una exageración o quizás no.

El pecado estructurante
Es muy frecuente que, en la relación social, el ser humano piense sólo en sí mismo y es su provecho. La persona sospecha, además, que las otras personas actuarán igual que ella, con lo que la actitud egoísta se refuerza. La relación social entonces va con un prejuicio que le dará un sesgo definido. Por ello se dice popularmente: “el que pega primero, pega dos veces”. Es una manera de decir que más vale pegar primero, porque la otra persona está esperando para hacer lo mismo.

Entonces el pecado personal se va implantando sobre la vía del egoísmo y la sospecha en el egoísmo de la otra persona. Es así como se implanta el pecado en el hecho social, porque ya está anidado en el corazón del individuo. Eso hace que en las relaciones sociales primen los intereses personales a los intereses comunes. Por tanto, se genera una atmósfera de tensión en las relaciones sociales en las que ganará el más fuerte, y sus intereses se implantarán sobre los intereses de las otras personas. Esto es válido para las relaciones económicas, culturales, políticas, sociales y religiosas. Este sería el hecho activo.

El pecado estructurado
Como ya se mencionó anteriormente, el ser humano es un ser en relación, está socialmente situado, y ello implica necesariamente un entorno, un “ecosistema social”. El entorno lo constituyen básicamente las demás personas. Esta “relacionalidad” humana se realiza a través de mediaciones que llamamos “estructuras”, que están compuestas por diversidad de instituciones.

Este “ecosistema social” “está constituido por valores, ideologías u objetivos comunes (pues, sin un mínimo de éstos, aunque sólo sea el valor compartido del respeto por los que no piensan igual y del derecho de cada cual a pensar como quiera, ya no puede haber mundo ni entorno). Está hecho también por un flujo de influjos y hasta “ejemplos” o incitaciones mutuas que brotan del hecho de cada vida es vida ante los demás. Está hecho, igualmente, por una serie de necesidades o demandas coincidentes y objetivadas y de prácticas que esas necesidades generan (comercio, viajes, relaciones laborales y mil cosas más).”
Al hablar, entonces, del “ecosistema social”, estamos reconociendo que en él es donde se implanta el mal, el que ha dado por llamarse pecado estructural, lo cual no es propiamente el pecado personal, pero sí es constituyente de la persona. El pecado estructural no niega ni anula el pecado personal, pues reconoce su raíz en él. Lo que se reconoce es que todas esas estructuras sociales no han sido configuradas en base a la fraternidad, la justicia o el amor. Quizás no sería tan osado afirmar que todas éstas estructuras sociales que informan, forman y conforman nuestro “ecosistema social” están “contaminadas” de valores contrarios al proyecto del Reino de Dios.

Por ello, la fraternidad, la justicia y el amor, deberán surgir la mayoría de las veces, contra la corriente, contra estructuras, contra el “ecosistema social”. Luchar, entonces, por transformar estas estructuras anti-evangélicas en estructuras evangélicas es una necesidad urgente y digna de ser priorizada.

Por eso, nuestros Obispos en Puebla nos hacían ver esta situación tan difícil, “la Iglesia discierne una situación de pecado social, de gravedad tanto mayor por darse en países que se llaman católicos y que tienen la capacidad de cambiar: “que se le quiten las barreras de explotación... contra las que se estrellan sus mejores esfuerzos de promoción””.

Los Obispos, atentos a la realidad, vieron las contradicciones: países católicos y grandes barreras de explotación, grandes esfuerzos de promoción humana y bajos o nulos resultados. Esto hace pensar, reconocer y desenmascarar lo que está atrás de lo que se ve como la normalidad. Es el pecado metido en la estructura que configura la realidad social, económica, política, cultural e incluso religiosa: “Finalmente, como Pastores, sin entrar a determinar el carácter técnico de esas raíces, vemos que en lo más profundo de ellas existe un misterio de pecado, cuando la persona humana, llamada a dominar el mundo, impregna los mecanismos de la sociedad de valores materialistas.”