martes, 25 de junio de 2013

SI LA SAL DEJA DE ESTAR SALADA... YA NO SIRVE PARA NADA...


La función de la sal en la vida humana, podríamos decir que es imprescindible, pues aunque sea en pequeñas proporciones se hace necesaria para la vida. El ISAL (Instituto de la Sal), al referirse a la sal, la presenta en primer lugar como un nutriente vital que permite el funcionamiento del cuerpo humano. Además, es importante recordar y enfatizar que la sal no la produce el cuerpo, es necesario ingerirla de alguna manera.
La sal (NaCl, Cloruro de Sodio) compuesta básicamente por Sodio y Cloro. ISAL dice que
“El sodio regula el equilibrio del agua y del pH el cuerpo, mejorando de esta forma la transmisión de los impulsos nerviosos, manteniendo el balance de fluidos y electrolitos, y ayudando al músculo cardiaco a contraerse.
El cloruro es importante en el proceso de digestión y en la absorción de potasio. Ayuda a la sangre a transportar el dióxido de carbono de los ganglios respiratorios a los pulmones, y preserva el equilibrio de ácidos en el cuerpo. Cuando el sistema inmunológico es atacado, el cloruro ayuda a combatir las infecciones.”
Además de lo anterior, la sal es imprescindible en la cocina, es un ingrediente que no puede faltar en cualquier comida. La sal, como se dice popularmente, es la que da el sabor a las comidas. A veces se escuchan dichos como éstos: “papa sin sal” o “sancocho sin sal”. Muchas veces escuchamos la palabra “desabrido/a” refiriéndose a que le faltó sal a la comida, para indicar que no tiene el sabor que debiese tener.
Pues bien, después de esta introducción muy somera sobre la sal, hoy podemos pensar en alguna analogía aplicable para la vida.
Pensemos en un grupo de personas, tal como los granos de sal en la cocina juntos en un recipiente, que por alguna extraña razón ha decidido asumir un compromiso a través de su fe en un Dios. Estas personas reconocen que tienen un sabor salado que Dios mismo les ha dado: su capacidad de amar, pues tienen un corazón de carne y no un corazón de piedra. Además, al tener consciencia que tienen ese sabor saber que están para sazonar, como un ingrediente vital, indispensable, la vida del resto de personas que por alguna razón no comparten su sabor, que son otros ingredientes en la cocina para brindar sabores distintos.
Estas personas que tienen sabor salado saben que al ser echadas en una sopa, aunque son pocos granos en comparación con la cantidad de comida a cocinar, si van juntos los granos necesarios, le pueden dar el sabor preciso a la comida, en manos de una excelente cocinera, por supuesto. Sin embargo, estos granos de sal al ser agregados a una sopa, por ejemplo, inmediatamente se diluirán y dejarán de ser granos para ser sabor diluido en toda la sopa, penetrando todos sus vegetales, sus carnes, su líquido. La sal dejará de ser grano y se convertirá en sabor. No se verán los granos de sal en la sopa, pero sí se sabrá que los granos fueron echados en la sopa al probar su sabor.
Ahora imaginemos a un grupo de granos de sal tan contentos de estar juntos en el recipiente que los contiene en algún lugar de la cocina, tan felices que no se quieren separar, que no están dispuestos a ser disueltos en ninguna comida, no quieren que la cocinera los tome y los agregue a la sopa. Se rehúsan y prefieren quedarse juntos por mucho tiempo, no permitiéndose ser lo que son. Se la pasan tan bien juntos, disfrutan tanto viéndose juntos, sabiendo que son sal y que son importantes, imprescindibles en la cocina, y eso les hace sentirse tan orgullosos. Y por eso se cuidad unos a otros, para que no puedan ser separados, para que no sean llevados a ser mezclados en una sopa y disueltos, para que no terminen dándole sabor a los vegetales y al pollo o a la carne que tenga la sopa. Definitivamente, es preferible pasársela bien juntos, como granos, antes que ser separados y diluidos en una gran sopa.
Al pasar el tiempo, mucho tiempo, estos granos de sal que se rehusaron a darle sabor a las sopas, a las comidas, con tal de estar juntos cuidándose y no dejándose mezclar con el agua, las zanahorias, la papa, el ñame, la yuca, el güisquil, la cebolla, el tomate, el pollo o la carne de res o cerdo, ni con los otros condimentos, tales como la pimienta, el orégano, el perejil, etc. Finalmente terminan juntos pero sin sabor, insípidos, perdieron su sabor salado. Perdieron su esencia, es decir su sabor, y, por tanto, pierden su razón de ser. Ya no son sal, son un montón de granos juntos, pero que no sirven para nada, sólo hacen bulto, ocupan espacio. Cuando, después de mucho tiempo la cocinera los encuentra, al probarlos, se da cuenta que han perdido su sabor… Ni modo, no queda más que arrojar este montón de granos, que en algún tiempo tuvieron un sabor salado, a la basura. Ya no sirven para nada. Aparentan ser granos de sal. Pero sólo son unos granos sin sabor, ya no de sal. Su único fin es ser tirados, son basura. No sirven para nada.
Pobres granos, que fueron de sal en un tiempo, pero por creer que su razón de ser era mantenerse amontonados juntos y cuidarse a sí mismos de no ser diluidos en las comidas, perdieron su sabor y terminaron por ocupar espacios inútilmente. Terminaron siendo basura. Triste fin de estos granos insensatos, incoherentes, que negaron su razón de ser en la cocina: dar sabor a las comidas.
Pues resulta que esta comparación fue utilizada por Jesús al referirse a quienes deciden ser sus discípulos, conformando un cuerpo llamado Iglesia, no hablo acá de una institución, sino de un cuerpo. Este grupo de personas pueden llegar a olvidarse que no están para sí mismas, su razón de ser no es cuidarse y no mezclarse con el resto. No se trata de que estas personas se crean especiales o mejores que las demás.
La razón de ser de estas personas que conforman la llamada Iglesia, es darle sabor a la vida, diluirse en cada sopa, en cada comida, en cada realidad del mundo donde haga falta sabor. Esto implica diluirse, no ser protagonistas que se crean lo mejor, sino simplemente diluirse, sabiendo que esa es su razón de ser como sal que son.
En la Iglesia nos hemos dedicado a la pompa, a darnos fama, a cuidar nuestra reputación de sal con buen sabor, a no cuidar de no mezclarnos con el resto que no son sal. Quizás por eso ahora estamos tan insípidos, hemos perdido casi todo nuestro sabor salado y esa es la razón por la cual somos simplemente desechados. Ya no servimos para nada, pues hemos perdido nuestro sabor.
En el Evangelio de Mateo, inmediatamente después de las Bienaventuranzas, Jesús dice: “Ustedes son la sal de este mundo. Pero si la sal deja de estar salada, ¿cómo podría recobrar su sabor? Ya no sirve para nada, así que se le tira a la calle y la gente la pisotea” (5, 13)
Es un versículo francamente lapidario. Quien tenga oídos que oiga, diría Jesús.
Entonces, ¿qué significa ser sal?
Significa asumir el espíritu del pobre, asumir su causa como causa propia, no ser ajeno a su realidad de sufrimiento y dolor ni a sus causas.
Significa llevar un consuelo, ser consuelo afectivo y efectivo para quienes sufren y están tristes porque la vida se les ve amenazada.
Significa hacerse nada con los desposeídos, y buscar juntos las posibilidades de vida para heredar la tierra para todos, una tierra que brinde lo necesario y digno para cada ser humano.
Significa padecer con las otras personas, asumir sus dolores, sufrimientos, decepciones, desesperanzas y frustraciones, y no dejarles, no abandonarles.
Significa amar con transparencia, sin dobles intenciones, sin pretender ganar honor, poder, privilegios, obtener algún tipo de premio. Simplemente amar con sinceridad.
Significa buscar y construir la paz, no rezar por ella. Es la paz que conlleva la vida plena para todos, las garantías de justicia, de equidad, de solidaridad, de fraternidad. Sentido de un solo pueblo, con un solo corazón.
Significa asumir la persecución, las calumnias, los insultos, los maltratos, el sufrimiento por causa de la práctica de todo lo anterior. Incluso asumir la muerte, el martirio a causa del Reino de Dios y su justicia.
Significa llegar hasta las últimas consecuencias pero con alegría. Con la certeza de haber vivido a plenitud la razón de ser. Con la certeza de haber cumplido lo que Dios esperaba que hiciéramos: darle sabor a la vida de muchas personas que viven desabridas; darle sabor a muchas realidades políticas, económicas, sociales y culturales que generan víctimas, que practican las injusticias, que son netamente inhumanas.

LA SAL QUE HA PERDIDO SU SABOR, YA NO SIRVE PARA NADA… UNA IGLESIA QUE NO LE DA SABOR A LA VIDA, QUE ES INDIFERENTE ANTE LAS CAUSAS DE LAS INJUSTICIAS, DE LA POBREZA, DEL DOLOR Y SUFRIMIENTO DE LA GENTE, ESPECIALEMENTE DE LOS POBRES, ES UNA IGLESIA QUE NO SIRVE PARA NADA… UNA IGLESIA QUE TIENE MIEDO DE DAR SABOR PORQUE SE PONE EN RIESGO, PORQUE PUEDE PERDER PRIVILEGIOS, PODER, HONOR, DINERO, ESTATUS, ES UNA IGLESIA QUE NO SIRVE PARA NADA…