“El
Adán se unió a Eva, su mujer, la cual quedó embarazada y dio a luz a Caín. En
esta oportunidad dijo: «Gracias a Dios me conseguí un hijo.» Después dio a luz
a Abel, el hermano de Caín. Abel fue pastor de ovejas, mientras que Caín
labraba la tierra. Pasado algún tiempo, Caín presentó a Dios una ofrenda de los
frutos de la tierra. También Abel le hizo una ofrenda, sacrificando los
primeros nacidos de sus rebaños y quemando su grasa.
A Dios
le agradó Abel y su ofrenda, mientras que le desagradó Caín y la suya. Ante
esto Caín se enojó mucho y su rostro se descompuso. Dios le dijo: «¿Por qué
andas enojado y con la cabeza baja? Si obras bien, podrás levantar tu vista.
Pero tú no obras bien y el pecado está agazapado a las puertas de tu casa. Él
te acecha como fiera, pero tú debes dominarlo.»
Caín
dijo después a su hermano Abel: «Vamos al campo.» Y como estaban en el campo,
Caín se lanzó contra su hermano Abel y lo mató. Dios preguntó a Caín: «¿Dónde
está tu hermano?» Respondió: «No lo sé. ¿Soy acaso el guardián de mi hermano?»
Entonces Dios le dijo: «¿Qué has hecho? Clama la sangre de tu hermano y su
grito me llega desde la tierra.
En
adelante serás maldito, y vivirás lejos de este suelo fértil que se ha abierto
para recibir la sangre de tu hermano, que tu mano ha derramado. Cuando cultives
la tierra, no te dará frutos; andarás errante y fugitivo sobre la tierra.» Caín
dijo a Dios: «Mi castigo es más grande de lo que puedo soportar. Tú me arrojas
hoy de esta tierra, y me dejas privado de tu presencia. Si he de ser un errante
y de andar vagando sobre la tierra, cualquiera que me encuentre me matará.»
Dios
le dijo: «No será así: me vengaré siete veces de quien mate a Caín.» Y Dios
puso una marca a Caín para que no lo matara el que lo encontrara. Caín se fue
de la presencia de Dios y habitó en el país de Nod, al oriente del Edén.”
Génesis 4, 1-16
El tema del pecado
original ha sido siempre muy comentado, interpretado y utilizado para sustentar
distintas ideologías, legitimar sistemas de relaciones sociales, sistemas
religiosos y más.
Hoy día, frente a los
grandes conflictos a nivel mundial, situaciones de violencia, de muerte, situaciones
como la que está sucediendo en Palestina, nos deben indignar, despertar la ira
y tomar postura. Pero para ello, considero se deben tener ciertos criterios
para no terminar pagando con la misma moneda, creyendo que estamos dando la
solución y haciendo justicia.
Esta realidad del
salvajismo y brutalidad humana, que hoy nos deja en evidencia la situación en
Palestina, entre muchas otras, nos remite, a mi juicio, directamente al tema
del llamado PECADO ORIGINAL. Lo lógico es que al leer pecado original, nos remitamos al texto bíblico de la mujer que
comió del fruto prohibido, movida por la serpiente y que luego hizo caer al “pobre”
hombre…
Sin embargo, la cuestión
del pecado original queda bien planteada en el texto de Caín y Abel, y esto
¿por qué?
Caín y Abel, dos hijos del
Ser Humano, Adán, y de la Madre de todos los Vivientes, Eva, hermanos
(individuos y pueblos) por ser humanos y vivientes ambos, con las mismas raíces
históricas, los mismos orígenes, se lanzaron a la vida, al trabajo, a crear
culturas propias, cosmovisiones, maneras distintas de religarse con su Dios
(religiones). En ese desarrollo de los Caínes y los Abeles en la historia
humana, surge el llamado pecado original. Surge como la expresión de la
violencia entre hermanas/os (individuos y pueblos).
Cuando no soy capaz de
entender, de comprender, de empatizar con las otras personas; cuando no soy
capaz de valorar lo diferente, las distintas maneras de ser y expresarse en la
vida, entonces y sólo entonces, surge y se manifiesta el pecado original: el
pecado de la violencia contra la otra persona (individuos y pueblos), esa otra
persona que es mi hermana.
Cuando siento que lo
“mío”, lo que soy, creo y produzco es mejor que lo de la otra persona, o cuando
siento que lo “mío”, lo que soy, creo y produzco es inferior que lo de la otra
persona, en ambos casos, ese complejo de inferioridad o superioridad, de
envidia o celo, genera “colinas y barrancos”, crea separaciones y, por lo
tanto, se comienzan a gestar en mi interior las motivaciones para desaparecer
lo “superior” o “inferior” a lo mío.
Y si, además, le doy a
todo esto un trasfondo trascendente, ligándolo con mi relación con “Dios” (mi
dios), esto le da un carácter de verdad absoluta, de razón suficiente para
actuar contra mi hermana/o (individuos y pueblos). La violencia la justifico
lícita, justa y necesaria para quedar bien con mi dios.
Detrás de esta reacción
deshumana, escondo mis intereses sociales, políticos, económicos, religiosos,
culturales. Busco tapar mis complejos, mis frustraciones, mi mediocridad. No
importa si con esto genero guerras, si asesino, si extermino, si bombardeo, si
anulo, si invisibilizo, si destruyo, si acabo con Dios mismo (mi dios), si es
necesario.
Cada vez que sale lo
Caínico en mí, genero víctimas, mato, asesino, anulo, aniquilo. No tolero lo
Abélico y me levanto contra él, hasta desaparecerlo de todas las formas
posibles.
Sin embargo, cuando llega
el momento de la verdad, cuando debo dar cuentas de la realidad, dar cuenta de
mis hechos, de mi vida ante mi sociedad, ante el mundo, ante Dios (no ante mi
dios), entonces me vuelvo un cobarde y pretendo ocultar la realidad, la historia,
la violencia que he generado de forma consciente y premeditada.
Y olvido que la sangre
derramada clama por sí misma, grita pidiendo justicia y me delata, me señala,
recordándome que esa sangre yo la he derramado y es de hermanas y hermanos míos
(individuos y pueblos). Llego al punto de buscar las salidas fáciles cuando me
veo descubierto… ¿Es que acaso yo soy el que debe cuidar a mi hermana/o? ¿Soy
yo el responsable de la vida o muerte de mi hermana/o? ¿Tengo el deber o la
responsabilidad de cuidar a mis vecinos, a quienes no son de mi país, a quienes
no profesan la misma religión, a quienes piensan diferente, a quienes me
incomodan, incluso? Es el colmo de mi cobardía, de mi insensatez, es la máxima
expresión de mi pecado, de mi injusticia.
Quien ha derramado sangre
inocente, sangre de hermanas y hermanos, lo único que merece es ser excluido de
la tierra donde se derramó dicha sangre, es decir, ser excluido de la vida, de
las posibilidades de vida, que se le pague con la misma moneda. Esa es la
reacción primaria que surge como posibilidad de justicia, pero ¿No sería eso,
cometer la misma injusticia? ¿Qué tiene de extraordinaria la venganza? ¿Tiene
algo de diferente devolver violencia contra violencia?
Por eso es que, aunque
Caín sea asesino y merezca la muerte, rompiendo con la cadena de violencia y no
sin antes denunciar su pecado, su delito, y darle una condena justa que no le
excluya de la vida, ni que responda a la simple venganza, se le posibilita la
oportunidad de reivindicarse.
Israel ha olvidado que
Palestina es su hermana, ambos han olvidado que son seres humanos, que les
guste o no, tienen igual raíz, igual origen. A Israel ya se le ha olvidado su
esencia judía, anulando totalmente su Shalom,
la Alianza pactada con Dios, se olvidaron del “no matarás”. Se han olvidado de
Caín y Abel… como nación pueden seguir llamándose Israel, pero han dejado de
ser judíos.
Mientras se están
exterminando seres humanos, hermanas y hermanos, y no nos inmutamos, no decimos
nada, no reaccionamos, no cambiamos nuestros comportamientos, somos simplemente
Caínes, porque el que calla otorga, dice el dicho, y tan culpable es quien es
cómplice, por ser espectador aunque sea, como quién comete el hecho
directamente.
Hoy, nuestro mundo nos
invita a reaccionar, a crear consciencia, a unirnos para rechazar todas esas
políticas mundiales asesinas, esas políticas motivadas por intereses económicos
de unos pocos, de seres humanos que piensan que son dueños del mundo y que los
gobiernos de muchos países se prostituyen o sirven de proxenetas.
Malditas intenciones
acaparadoras, asesinas… maldita ceguera o necedad de tener los ojos cerrados.
Están manchando de sangre su nombre, la historia que pesará sobre sus hombros,
acabarán con todo, hasta con ellas/os mismos. No se dan cuenta que al asesinar
a otras/os, se están condenando a muerte a sí mismas/os.
Estamos a tiempo para
despertar, para reaccionar, para detener la catástrofe humana, para evitar
destruir-nos, para ir en reversa. La opción de Dios es clara: ama la vida,
escucha el grito de la sangre derramada y su opción es la justicia. Toda
persona creyente seguirá la misma opción.