miércoles, 9 de junio de 2010

JESÚS: HASTA EXCLUIRSE POR DIGNIFICAR A LOS EXCLUIDOS




Jesús fue una persona sumamente conflictiva debido a su opción radical por la defensa de la vida. Es totalmente reveladora la actitud de Jesús ante las personas excluidas de su tiempo, veamos un hecho que nos presenta Mc 1, 39-45:

Y Jesús empezó a visitar las sinagogas de aquella gente, recorriendo toda Galilea. Predicaba y expulsaba demonios.
Se le acercó un leproso, que se arrodilló ante él y le suplicó: “Si quieres, puedes limpiarme.” Sintiendo compasión, Jesús extendió la mano y lo tocó diciendo: “Quiero, queda limpio.” Al instante se le quitó la lepra y quedó sano. Entonces Jesús lo despidió, pero lo ordenó enérgicamente: “No cuentes esto anadie, pero vete y preséntate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que ordena la Ley de Moisés, pues tú tienes que hacer tu declaración.”
Pero el hombre, en cuanto se fue, empezó a hablar y a divulgar lo ocurrido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en el pueblo; tenía que andar por las afueras, en lugares solitarios. Pero la gente venía a él de todas partes.


Este relato contiene una fuerza que nos resulta difícil de entender en nuestra sociedad y cultura, pues expresa el empeño y el compromiso de Jesús por defender la dignidad de la vida; y también la conflictividad que ello desencadena.

En efecto, en la actualidad, curar a un leproso es una acción buena y meritoria. En la sociedad en que vivió Jesús, este asunto se veía de otra manera. En la Biblia y en el judaísmo de aquel tiempo, la lepra era uno de los peores males que podían afectar al ser humano (Cfr. Lv 13; Nm 12), conllevaba la Exclusión total de la persona enferma. Quien tenía semejante desgracia era, no sólo un enfermo incurable y repugnante (pues para los rabinos, curar a un leproso eran tan difícil como resucitar a un muerto), sino además, y sobre todo, un impuro, un castigado por Dios (Nm 12, 9ss.; Lv 13, 45ss.; 2 Re 5, 27; 2 Cro 26, 16-21), ya que la lepra era “la hija primogénita de la muerte” (Job 10, 13), y el que la padecía quedaba fuera, excluido del grupo, lejos de la gente y tenía que vivir en descampado y tenía que gritar su estado de impureza para que nadie se le acercara, pues la gente estaba temerosa de quedar físicamente contagiada y religiosamente contaminada (Lev 13, 45-46).

En otras palabras, el leproso era no el marginado, sino el excluido total: físicamente, socialmente y religiosamente. Ahora bien, Jesús liberó a este hombre de semejante Exclusión, y lo liberó por completo. Jesús le devolvió la salud y, sobre todo, le restituyó la dignidad que la religión establecida le había quitado, ya que, las convicciones religiosas le metían a la gente en la cabeza la idea de que Dios era el que, ante todo y sobre todo, rechazaba a la persona desgraciada que padecía la lepra.

El relato no sólo afirma que Jesús liberó a aquel hombre de la Exclusión, sino, además, que eso le costó a Jesús pasar a ser él un excluido. ¿Por qué? La ley religiosa judía prohibía tocar a los leprosos, de manera que quien los tocaba incurría también en impureza (Lv 5, 3; Nm 5, 2-3). Y Jesús decidió curar al leproso tocándolo (Mc 1, 41). Además, en cuanto se vio sano y purificado, el hombre se dedicó a pregonar, a los cuatro vientos, lo que Jesús había hecho con él. Es la expresión de alegría porque Dios aceptaba y acepta a las personas que la religión y la sociedad excluye.



Jesús se vio inmiscuido en una realidad sumamente delicada y comprometedora, pues él bien conocía la Ley. Estaba desautorizando las prescripciones de una religión alienada que oprimía y excluía a las personas más desgraciadas y asumiendo las consecuencias que le trajera el no-excluir.

La consecuencia inmediata: “Jesús ya no podía entrar públicamente en el pueblo; tenía que andar por las afueras, en lugares solitarios.” El hecho de que Marcos esté sugiriendo que Jesús tenía que quedarse en lugares solitarios, despoblados, en las afueras del pueblo, nos puede indicar hasta dónde llegó la solidaridad de Jesús con las personas más excluidas de aquella sociedad. Jesús se convirtió en un leproso, en un impuro y por ello debía correr la misma suerte del hombre que padecía la lepra, que estaba excluido. Marcos está sugiriendo que Jesús quedó excluido para la religión y la sociedad.

Como se ha dicho muy bien, “se produce así una subversión teológica: los que piensan pertenecer por propio derecho al pueblo de Dios y excluyen de él a otros, quedan fuera del Reino, mientras los excluidos por ellos son admitidos en él. El Reino de Dios y la institución y ley judía son inconciliables”.

Un rasgo típico, exegéticamente comprobado, de Jesús, es su comida con las personas excluidas y marginadas. En el mundo oriental el gesto de compartir la mesa, expresa una relación de confianza total que se explaya en la paz, la fraternidad, y el perdón. A esto hay que añadir además que, entre judíos, la comida implicaba una comunidad ante Dios. La literatura del Qumrám deja muy claro que la comunidad de mesa sólo estaba abierta a los “puros” .

Conviene dejar claro que Jesús no se solidariza con las personas excluidas por razones éticas. Jesús se ha puesto a su lado, no porque sean mejores o menos pecadoras, sino simple y sencillamente, porque “están fuera”, porque están excluidas de las condiciones de vida digna, y porque Dios actúa así.

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