viernes, 7 de agosto de 2009

LA JUSTIFICACIÓN POR LA FE DE Y EN JESÚS: GRACIA DE DIOS



¿Qué significa para usted esta frase de Pablo: “somos justificados por la fe de y en Jesús y no por la obras de la ley”?

Considerada como el “testamento de Pablo”, la carta a los Romanos nos expone de una forma más completa y ordenada su teología de la salvación. La carta se divide en dos partes: Rm 1-11 donde expone sus reflexiones sobre la salvación y Rm 12-15 en las que saca las consecuencias prácticas para la comunidad. El núcleo principal de la carta es Rm 1-8.

Veamos entonces que nos dice Pablo sobre la salvación en Rm 1-8.

Rm 1, 1-17 es una introducción en la que Pablo presenta el tema principal de la carta: El Evangelio de Jesucristo es para todos los pueblos, para toda la humanidad (Rm 1, 16). Cuando Pablo usa la palabra Evangelio no se refiere a un texto escrito, sino a una persona, Jesús, que con su muerte y resurrección nos salva.

Lea en este momento el texto Rm 1, 18 – 3, 20.

En este texto, Pablo expone cuál es la situación de la humanidad antes de la muerte y resurrección de Jesús. La lectura de este texto nos puede dejar desconcertados y confundidos. Toda la humanidad vive bajo el yugo del pecado que conduce a la muerte. El pecado es alejamiento de Dios, que Pablo describe mediante la imagen de la “ira de Dios”. El trasfondo de éste: los judíos pensaban que al cumplir la ley están más cerca de Dios y los pecadores son los demás, los que no cumplen la ley.

¿Usted cree que por asistir todos los días a misa y comulgar, por tener obras de caridad, por servir al pobre, etc., está más cerca de Dios? ¿Usted cree que sus obras le salvan y justifican ante Dios?

Pablo desautoriza este modo de pensar y afirma que “están todos bajo el pecado” (Rm 3, 20), tanto los judíos con su ley, como los paganos que adoran los ídolos.

En Rm 3, 21 – 2, 25, Pablo anuncia qué es lo que se manifiesta en el Evangelio: la “justicia de Dios”. Todos estábamos en pecado y todos somos salvados por Jesús; salvados no por las obras de la ley, sino por la justicia y el amor de Dios manifestado en Jesús (Rm 3, 23-24). La teología tradicional, ha reducido la Gracia a una “cosa” y al hacerla girar casi exclusivamente sobre la categoría del “mérito” (no ilegítima en sí misma, pero sí en su inflación excesiva, la cual impide mantener su cambio radical de significado cuando el ser humano la dice de su relación de Dios), acabó por convertir el tratado de la Gracia en un tratado de “pesas y medidas”.

Para explicar el efecto de la Gracia en el ser humano, o el efecto concreto de la victoria sobre el pecado, Pablo acuñó la palabra “justificación”. No resulta hoy un vocablo muy útil, porque la justificación suena casi siempre a excusa o disculpa ofrecida ante las demás personas y que, por tanto, impide la condena o la falta de aprecio de la gente. Y es un dato innegable que la vida de los seres humanos es una búsqueda constante o un tejido continuo de tales “justificaciones”: el ser humano es necesidad de justificación, aun al margen de si las justificaciones que él asigna son objetivamente válidas y verdaderas.

Pero, en realidad, no era ése exactamente el significado paulino del término, el cual, no obstante, es comprensible para nosotros etimológicamente; pues justificar equivale a “hacer justo”, en el sentido más amplio de la palabra. Una persona “justificada” es, por tanto, una persona “buena”, cuya bondad no resiste todos los “controles de calidad”. La justificación paulina es, pues, la transformación de la persona, de inhumana en buena y, por tanto, en plenamente humana.

Esta aproximación al término “justificación” nos permite comprender también que, en el horizonte semántico moderno, puede sustituirse por “realización humana”, “humanización”, “rehabilitación”, “perdón”, “liberación” (de la inhumanidad de la persona), “regeneración”, etc. No obstante, es preciso reconocer que no tenemos hoy una palabra que sustituya unívoca y adecuadamente (y pedagógicamente) a la antigua justificación.

La Gracia, pues, comienza con la transformación del ser humano “justificándolo”, si bien esa justificación debe ser entendida como algo histórico que, a la vez que ya está, ha de desarrollarse. En Rm 5 – 8, Pablo intenta perseguir experiencialmente ese desarrollo.

Rm 5, 1-21 es el centro nuclear de la carta. Aquí el lenguaje de Pablo cambia radicalmente, ya no habla de la “ira de Dios”, sino del “amor de Dios” (Rm 5, 5); ya no dice que estamos alejados de Dios, sino que “estamos en paz con Dios” (Rm 5, 1); ya no habla de una situación de muerte, sino de vida (Rm 5, 18). Este cambio se debe al gran acontecimiento salvador: la muerte y resurrección de Jesús que nos reconcilia con Dios (Rm 5, 10-11).

Rm 6, 1 – 8, 17. Si antes Pablo habló de la humanidad antes de Jesús, ahora habla de la comunidad después de la muerte y resurrección de Jesús y hasta la salvación final. En estos textos Pablo habla en primera persona del plural: “nosotros”, se refiere a la comunidad, que después de haber sido justificada por la fe en Jesús, recibe el Espíritu para vivir una “vida nueva” (Rm 6, 4), como “hijos de Dios” (Rm 8, 14-17); es un tiempo de lucha interior contra las fuerzas del pecado (Rm 7, 21-23).

En Rm 8, 18-39, Pablo nos habla de la esperanza (Rm 8, 24). No sólo la comunidad sino toda la creación aguarda, con dolores de parto, el tiempo de la liberación definitiva (Rm 8, 22). Y termina con un himno al amor de Dios (Rm 8, 31-39), es un texto que cierra el arco que se abrió en Rm 5, 5. Hemos de notar que Pablo no predica una esperanza evasiva, ni una espiritualidad alejada del mundo. Cuando habla de esperanza menciona el hambre, la persecución, los peligros y sufrimientos que la comunidad padece, porque ser justificados no significa que desaparecen todos los problemas; pero la comunidad tiene la certeza que nada ni nadie le separará ya del amor de Dios, ese amor que libera (Rm 8, 35a).

En pocas palabras, se presenta la Gracia en el ser humano como un proceso de liberación DE (liberación del pecado, de la Ley, de lo anticuado y obsoleto, etc.). Nos recuerda el carácter histórico de esa liberación y, por eso, su experiencia contradictoria: el ser humano se siente, a la vez, libre y esclavo. Y, finalmente, presenta la transformación producida por la Gracia como una liberación PARA (para las obras del Espíritu de Dios -y, por tanto, de los hijos de Dios- y no del falso espíritu humano).

¿Qué exige al cristianismo en América Latina pronunciarse sobre la justificación por la fe?
Básicamente, exige tener como punto de partida la vida actual de los pobres y excluidos, y en relación a estos, la vida de los demás. El pobre hace referencia al oprimido, al débil, al hambriento; al marginado, rechazado, deslegitimado, indigno, humillado, impotente, insignificante; al sujeto excluido en el plano económico-cultural.

Ante el gran desafío de la exclusión creciente de grandes sectores de la humanidad al acceso de las necesidades básicas, indispensables para vivir dignamente, ¿qué tiene que decir la justificación por la fe?

En estas sociedades donde el mercado tiende a regular las leyes, hay libertad para que todos participen, pero obviamente no son muchos los que tienen medios para hacerlo. Estos, que son la mayoría, quedan excluidos, y su vida se torna permanentemente amenazada. El costo social de este sistema es tan grande que teólogos y economistas develan su carácter idolátrico porque exigen el sacrificio de vidas humanas.

En Latinoamérica necesitamos pensar a partir de la propia humanidad negada, con los no-persona, que Gustavo Gutiérrez los define como “aquellos no considerados como seres humanos por el actual orden social: clases explotadas, razas marginadas, culturas despreciadas -donde la mujer de esos sectores es, doblemente explotada, marginada y despreciada. De acuerdo a la experiencia, muy frecuentemente la vida en la marginación carcome espacios íntimos de la persona hasta hacerla indigna e insignificante, frente a sí misma, frente a los demás y hasta frente a Dios. El sentido de la vida desaparece en el horizonte.

¿Qué hacer entonces, ante la el hambre y la insignificancia que desafían la doctrina de la justificación de la fe?

Al mencionar la vida de los pobres, el tema de la justificación pasa necesariamente por otra lógica distinta a la conocida. La existencia de los pobres nos indica también que hay seres responsables de su existencia. Lo que se quiere decir es que un acercamiento orientado hacia la afirmación de la persona se vuelve indispensable en un contexto donde los rostros de los seres humanos han sido deformados por la pobreza, la violación de sus derechos y la humillación.

Si lo que amenaza la vida de los seres humanos es pecado, hoy día éste se percebe como un poder indestructible. San Pablo lo percibió así en su historia, como un mecanismo tejido bajo la injusticia, que hace de todos los humanos sus esclavos, los que dirigen sin Dios el destino de la historia, y los dirigidos por aquellos. Es un sistema que amenaza la vida de muchos, de la gran mayoría.

Es estudio de la justificación como afirmación de la vida ha de tener el rostro peculiar del pobre, no solo su opresión económica, sino también, su dignidad negada como ser humano.

Busque y lea Rm 5, 1-12. ¿Cuál es la idea principal de este texto? ¿Qué quiere decir la palabra “justificación” en la teología de Pablo? ¿Cuál es, para Pablo, la prueba de que Dios nos ama? ¿Qué significa, para Pablo la “fe en Jesucristo”? ¿Se trata de fe sólo de palabras? ¿Por qué?
Comparando este texto con Rm 1, 18 – 3, 20, ¿qué diferencias encuentra? ¿Qué aplicación concreta da usted a la teología de Pablo en nuestra realidad?

“No es el esfuerzo humano, no es la Ley; es un dádiva de iniciativa gratuita de Dios, justifica a quien el quiere, no a una que quisiera por su propio orgullo subir hasta Dios ¡Imposible! Sólo Dios llama a esta justificación. Pero ese Dios no es un Dios que no lo podamos encontrar. Esto es lo más bello: que Dios se hizo hombre y salió por los caminos para encontrarse con ellos. En Cristo está la justificación de Dios. Cristo es el Dios que perdona, el Dios que justifica. Cristo es el Dios que ha venido no a condenar sino a perdonar. A nadie excluye” (Monseñor Romero, Homilía 11 de junio de 1978).

¿Cómo explica Monseñor Romero la justificación? ¿Cómo podemos traducir esta doctrina de la justificación a nuestras vidas?

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