viernes, 29 de abril de 2011

LA INFLUENCIA DE PABLO EN VICENTE DE PAÚL Y LUISA DE MARILLAC



PARTE I

Un acercamiento rápido y sintético a la influencia de Pablo en la espiritualidad vicentina.

La cristología vicentina no tiene "otro fundamento que el ya puesto, Jesucristo" (1 Cor 3, 11), "el mismo ayer, hoy y siempre" (Hbr 13, 8). Para Vicente de Paúl, Jesucristo es la regla de la misión, es Jesús de Nazaret que, a la vez, es el Evangelizador de los pobres, el Enviado por el Padre, el Ungido por el Espíritu, el Salvador del mundo y el sumo y eterno Sacerdote.

En las Reglas a los misioneros, los misterios de la Trinidad y de la Encarnación no son presentados por Vicente de Paúl como objeto de estudio especulativo sino práctico; aparecen siempre como modelo de cualquier comunidad cristiana trabajadora, dialogante y única por el amor. El proyecto común trinitario de enviar al mundo a la segunda Persona lo comenta Vicente, escenificando delante de las Hijas de la Caridad el gesto solidario del Hijo de Dios con la humanidad:

"Cuando del Padre eterno quiso enviar a su Hijo al mundo, le propuso todas las cosas que tenía que hacer y padecer. Ya conocéis la vida de nuestro Señor, cómo estuvo llena de sufrimientos. Su Padre le dijo: "Permitiré que seas despreciado y rechazado por todos, que Herodes te haga huir desde tus primeros años, que seas tenido por un idiota, que recibas maldiciones por tus obras milagrosas; en una palabra, permitiré que todas las criaturas se pongan contra ti". Eso es lo que el Padre le propuso al Hijo, que le respondió: "Padre, haré todo lo que me mandes" (IX, 717-718).

Esta lectura de Vicente traduce la versión que el autor de la carta a los Hebreos nos transmite sobre la obediencia del Hijo de Dios, que dijo al entrar en el mundo: "Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo, pues de mí está escrito en el rollo del libro, a hacer, oh Dios, tu voluntad!" (Hbr 10, 5-7). Elige la obediencia por encima de todos los demás sacrificios. La alianza de Dios con el pueblo la rubricará Jesús con su sangre, dando testimonio de amor obediencial al Padre hasta la muerte y muerte en cruz (Flp 2, 8).

El anonadamiento o humillación -kénosis- del Verbo encarnado nada tiene que ver con una frustración sino con el modo de salvar al ser humano: inicia un movimiento de amor que culmina en la redención. El texto paulino a los Filipenses 2, 7-8 es utilizado como demostración de amor oblativo y redentor del Hijo unido a la voluntad del Padre, y de caridad con el hombre.

La mariología vicentina
María queda convertida en hija predilecta del Padre, en madre encumbrada del Hijo y en esposa virgen del Espíritu Santo cuando, “al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer... para que recibiéramos la filiación adoptiva” (Gal 4, 4-5).

La caridad compasiva y eficaz
Entre la encarnación y la redención de Jesucristo transita una vida cuajada de caridad, convertida en amor de obra al ser humano. Él es la bondad y filantropía (Tit 3, 4), o amor al ser humano por el ser humano de un Dios enamorado de la humanidad, de un “Dios misericordioso y de todo consuelo” (2 Cor 1, 3). La misión de Jesús autentifica ese amor aprendido en el seno trinitario.

Luisa de Marillac, aleccionada por el Espíritu del amor, escoge como escudo, con aprobación de su director (Vicente de Paúl), un corazón rodeado de llamas en el que destaca un crucifijo, con la divisa paulina algo transformada: “la caridad de Jesús crucificado nos apremia” (2 Cor 5, 14. Cf. SVP V, 511; VI, 413; VIII, 52. 243-244). La contemplación del escudo reavivaba en ella y en sus hijas el recuerdo de la redención de Jesucristo, para vivir, no para sí, sino para aquel que murió y resucitó por nosotros. Efectivamente, el espíritu de caridad de Jesús compasivo y misericordioso, hasta el extremo de morir en la cruz, apremia a los servidores y heraldos del Evangelio, hoy y siempre. De ahí brotan las súplicas ardientes del apóstol de la misericordia:

“Oh Salvador, no permitas que abusemos de nuestra vocación, ni quites de nosotros el espíritu de misericordia. ¿Qué sería de nosotros si nos retirases tu compasión? Concédenos ese espíritu de misericordia y compasión, llénanos de él, consérvanoslo, de forma que quienes vean a un misionero puedan decir: He aquí un hombre lleno de misericordia: Jesús, hombre y pontífice nuestro, toca en lo más vivo nuestros corazones, para que llenos del espíritu de compasión, al que estamos obligados, sirvamos a los más miserables, a los más abandonados y a los más hundidos en miserias corporales y espirituales, librándolos de ellas en todo o en parte, ya que la mano tiene que hacer todo lo posible para conformarse con el corazón” (XI, 234. 771).

Como cristiano, Vicente de Paúl cifra la santidad en la mística del bautismo, siguiendo la doctrina de Pablo a los Romanos 6, 1-11. El bautismo, precisamente, del que dimana la caridad del Espíritu, concentra ese programa de santidad que alienta el deseo de vivir y morir con Cristo Jesús. Tal fue la doctrina que enseñó, sin interrupción, desde 1635 a su primer y fiel compañero A. Portail y al resto de los cristianos:

“Acuérdese de que vivimos en Jesucristo por la muerte en Jesucristo, y que hemos de morir en Jesucristo por la vida de Jesucristo, y que nuestra vida tiene que estar oculta en Jesucristo y llena de Jesucristo, y que para morir como Jesucristo, hay que vivir como Jesucristo” (I, 320).

Como misionero, hace consistir la santidad en el seguimiento de Jesús evangelizador de los pobres, siendo instrumento de la compasión y misericordia del Hijo de Dios. Incluso, cuando el misionero hace votos, ratificando su entrega a Dios, sólo aspira a vivir las exigencias bautismales, ya que aquéllos “obran en nosotros lo que había obrado el bautismo” (XI, 642), y “Nuestro Señor, al ser enviado por su Padre al mundo para hacer una misión y convertir a los hombres, quiso servirse de las armas contrarias del mundo para apartarlos de sus manos y conquistarlos para Dios, su Padre” (XI, 638).

La enseñanza a los Gálatas 4, 4 y la experiencia personal le enseñan a Vicente de Paúl a ser acompañante fiel de la Providencia, sin retrasarse ni adelantarse a ella, escrutando atento a las necesidades de los tiempos. El 6 de diciembre de 1658 dejaba caer, como una sentencia, esta imperiosa exhortación:

“Miremos siempre las cosas tal como son, como obras de Dios, que Dios nos ha confiado, sin que nosotros nos hayamos metido en ninguna de ellas ni hayamos contribuido por nuestra parte en lo más mínimo a encargarnos de ellas. El nos las ha dado, o aquellos en quienes reside el poder, o la pura necesidad, que son los caminos por los que Dios nos ha comprometido en estos designios. Por eso todo el mundo piensa que esta Compañía es de Dios, porque se ve que acude a las necesidades más apremiantes y más abandonadas” (XI, 395-396).
Sin contradecir la Providencia, pese al abandono que ella implica en el Padre, Jesús no quiso eximirse de la ley general del trabajo: comía con el sudor de su frente y el esfuerzo de sus brazos. De esta forma atestiguaba la unión íntima que reinaba entre Él y quien le había enviado: “Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo” (Jn 5, 17). Los evangelios de san Juan y de san Lucas y los ejemplos de san Pablo, que trabajaba con sus manos haciendo tiendas para no ser gravoso a la comunidad (2 Tes 3, 8), prestan a Vicente las palabras y las consideraciones principales sobre el trabajo.

“Amemos a Dios, hermanos míos, amemos a Dios, pero que sea con el esfuerzo de nuestros brazos y con el sudor de nuestra frente, pues tantos actos de amor, de complacencia, benevolencia y otros sentimientos, ejercicios de un corazón amante, aunque óptimos y muy de desear, son sin embargo sospechosos, si no conducen a la práctica del amor efectivo” (XI, 40).

El Salvador del mundo. A Jesús, le pertenece por naturaleza y nombre el título de “Salvador”, que le corresponde como al Mesías. Así es, porque el Enviado del Padre y Ungido por el Espíritu consuma su misión salvando al mundo. Para eso bajó del cielo a la tierra: para salvar a la humanidad perdida. La Escritura lo pone de relieve en sus páginas. San Lucas y san Pablo, ambos compañeros de fatigas apostólicas, se distinguen por atribuir ese título a Jesús. Según el apóstol de los gentiles, quien salva es Dios Padre por su Hijo, muerto por nuestros pecados (Cf. Ef 5, 23; Flp 3, 20; 2 Tim 1, 10; Tt 1, 4; 3, 6).

La mística de Vicente de Paúl. La atención al pobre nada quita al amor de Dios ni a su gloria. Pero ¿qué amor tiene el primado? Vicente responde (30 de mayo, 1659):

“Sabemos que en el amor a Dios y al prójimo están contenidos la ley y los profetas. Todo se refiere a esto, todo tiende hacía ahí. Y ese amor tiene tanta fuerza y tal preferencia, que quien lo posea, cumple la ley de Dios, que en ese amor se recapitula, el mismo amor que nos induce a hacer todo cuanto Dios quiere de nosotros, pues quien ama al prójimo ha cumplido la ley (Rom 13, 8)” (XII, 260-261).

El primado de la acción caritativa consiste en que ella contiene el amor de Dios y del prójimo, y aun el amor del prójimo como fundamento del progreso del amor de Dios. Otras espiritualidades privilegian la contemplación del Verbo Encarnado, la adoración. Vicente de Paúl organiza la espiritualidad del ritmo del mundo por la vía de las aplicaciones existenciales.

El primado de la acción caritativa se funda en la ley de la Encarnación, que es la vía de las actuaciones del ser humano.

“La caridad no mira sólo, dice Vicente, al amor para con Dios, sino al amor del prójimo por amor de Dios, nótese, por amor de Dios. Eso es tan alto, que la mente humana no puede comprenderlo. Una luz de lo alto tiene que elevarnos y hacernos ver la altura y profundidad, magnitud y excelencia de este amor. Santo Tomás plantea este problema: ¿Quién merece más, el que ama a Dios y descuida al prójimo, o el que ama al prójimo por amor de Dios?... Y concluye que es más meritorio amar al prójimo por amor a Dios, que amar a Dios sin atender al prójimo. Y da una prueba que parece paradójica: Penetrad, dice, en el corazón de Dios y abarcad todo el amor; no será lo más perfecto, pues la perfección de la ley consiste en amar a Dios y al prójimo” (XII, 261).
Caridad es, pues, entrar en los sentimientos de Cristo, en su espíritu y actos (Cfr. XII, 107). Amar no es sólo estar en Jesucristo; es además acometer sus empresas.

“El celo es lo que hay de más puro en el amor de Dios... Las virtudes meditadas y no practicadas son más perjudiciales que útiles” (VII, 363).

La relación Cristo-Cuerpo místico, según experiencia del apóstol san Pablo, embarga por completo a Vicente: “Cristo es quien ha dado diversos dones a los hombres: ha hecho apóstoles a unos, a otros profetas, evangelistas a otros, a otros pastores y maestros. Así es como prepara al pueblo de Dios para el servicio que debe prestar. Y así construye el cuerpo de Cristo, hasta que todos juntos lleguemos a la unidad con la misma fe y el mismo conocimiento del Hijo de Dios; hasta que lleguemos a ser hombres perfectos, dignos de la infinita grandeza de Cristo que llena el universo (Ef 4, 11-13).

El Cristo de Vicente no es el modelo según la Imitación, sino el que está presente en la historia de los pobres. El impulso inferior es, pues, la visión global de la Iglesia en relación con la persona de Jesucristo y en relación con los pobres. Ningún ser humano puede ser amado por sí mismo: el fundamento del amor al prójimo es Dios, que fue el primero en amarnos (en el espíritu de Vicente, Dios y el prójimo son inseparables XI, 221; XII, 262).

¡Qué negocio tan importante éste de revestirse del espíritu de Cristo! (XI, 410), centro y culmen de la influencia paulina en la espiritualidad vicentina.

Procuran con todas sus fuerzas revestirse del espíritu del mismo Cristo (C 1).
Hay que revestirse del espítitu de Cristo es una exhortación que san Vicente repitió con frecuencia. Pero ¿en qué consiste el espíritu de Cristo? El mismo san Vicente se hizo la pregunta y él mismo dio la respuesta en la conferencia del 13 de diciembre de 1658 (cf. XI, 411-415). El espíritu de Cristo es el Espíritu Santo derramado en los corazones de los justos y que habita en ellos... les da las disposiciones e inclinaciones que Jesucristo tenía en la tierra... para permitirles actuar, ni digo con la misma perfección, pero sí según la medida de los dones de este divino Espíritu. Es fácil ver en este texto de san Vicente lo que es el espíritu de Cristo, lo que aporta al que lo tiene y la finalidad de su presencia en el alma del justo.

Cabe la pregunta: ¿Cuáles son las disposiciones e inclinaciones de Jesús que su espíritu crea en la persona misionera? En la carta que escribió a un misionero dedicado a la formación de los aspirantes al sacerdocio: ¡Qué feliz es usted, padre, por servir de instrumento en manos de nuestro Señor para formar buenos sacerdotes... Con eso desempeña usted el oficio del Espíritu Santo, que es el único al que pertenece iluminar y encender los corazones ; o mejor dicho, es ese Espíritu Santo y Santificador el que actúa por medio de usted, ya que mora y obra en usted mismo, no sólo para hacerle vivir de su vida divina, sino también para restablecer su misma vida y sus operaciones en esos señores, llamados al ministerio más alto que existe en la tierra, por el que tienen que ejercer las dos grandes virtudes de Jesucristo, a saber, la religión para con su Padre y la caridad para con los hombres (VI, 370).

La “religión para con el Padre” se traduce en las Constituciones (art. 6) como amor y estima al padre, conforme a lo que san Vicente enseñó en la conferencia antes citada del 13 de diciembre de 1658.

De las muchas veces que san Vicente habló sobre la caridad de Jesús para con el Padre y para con la gente, podemos señalar que la caridad de Jesús era la misma caridad del Padre, compasiva y eficaz, tal y como se expone en el art. 6 de las Constituciones.



Anexo:
Extracto de la conferencia del 13 de diciembre de 1658.

Así pues, la regla dice que, para hacer esto, lo mismo que para tender a la perfección, hay que revestirse del espíritu de Jesucristo. ¡Oh Salvador! ¡Oh padre! ¡Qué negocio tan importante éste de revestirse del espíritu de Jesucristo! Quiere esto decir que, para perfeccionarnos y atender útilmente a los pueblos, y para servir bien a los eclesiásticos, hemos de esforzarnos en imitar la perfección de Jesucristo y procurar llegar a ella. Esto significa también que nosotros no podemos nada por nosotros mismos. Hemos de llenarnos y dejarnos animar de este espíritu de Jesucristo. Para entenderlo bien, hemos de saber que su espíritu está extendido por todos los cristianos que viven según las reglas del cristianismo; sus acciones y sus obras están penetradas del espíritu de Dios, de forma que Dios ha suscitado a la compañía, y lo veis muy bien, para hacer lo mismo. Ella siempre ha apreciado las máximas cristianas y ha deseado revestirse del espíritu del evangelio, para vivir y para obrar como

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20 Lc 10,40-41

vivió nuestro Señor y para hacer que su espíritu se muestre en toda la compañía y en cada uno de los misioneros, en todas sus obras en general y en cada una en particular.
Pero ¿cuál es este espíritu que se ha derramado de esta forma? Cuando se dice: “El espíritu de nuestro Señor está en tal persona o en tales obras” 21, ¿cómo se entiende esto? ¿Es que se ha derramado sobre ellas el mismo Espíritu Santo? Sí, el Espíritu Santo, en cuanto su persona, se derrama sobre los justos y habita personalmente en ellos. Cuando se dice que el Espíritu Santo actúa en una persona, quiere decirse que este Espíritu, al habitar en ella, le da las mismas inclinaciones y disposiciones que tenía Jesucristo en la tierra, y éstas le hacen obrar, no digo que con la misma perfección, pero sí según la medida de los dones de este divino Espíritu.
Pero ¿qué es el espíritu de nuestro Señor? Es un espíritu de perfecta caridad, lleno de una estima maravillosa a la divinidad y de un deseo infinito de honrarla dignamente, un conocimiento de las grandezas de su Padre, para admirarlas y ensalzarlas incesantemente. Jesucristo tenía de él una estima tan alta que le rendía homenaje en todas las cosas que había en su sagrada persona y en todo lo que hacía; se lo atribuía todo a él; no quería decir que fuera suya su doctrina, sino que la refería a su Padre: Doctrina mea non est mea, sed ejus qui misit me Patris 22. ¿Hay una estima tan elevada como la del Hijo, que es igual al Padre, pero que reconoce al Padre como único autor y principio de todo el bien que hay en él? Y su amor, ¿cómo era? ¡Oh, qué amor! ¡Salvador mío, cuán grande era el amor que tenías a tu Padre! ¿Podía acaso tener un amor más grande, hermanos míos, que anonadarse por él? Pues san Pablo, al hablar del nacimiento del Hijo de D;os en la tierra, dice que se anonadó 23 ¿Podía testimoniar un amor mayor que muriendo por su amor de la forma en que lo hizo 24 ¡Oh, amor de mi Salvador! ¡Oh, amor! ¡Tú eras incomparablemente más grande que cuanto los ángeles pudieron comprender y comprenderán jamás!

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21 Rom 5,5; 8,11.
22 Jn 7,16.
23 Flp 2,17.
24 Jn 15,13.
Sus humillaciones no eran más que amor; su trabajo era amor, sus sufrimientos amor, sus oraciones amor, y todas sus operaciones exteriores e interiores no eran más que actos repetidos de su amor. Su amor le dio un gran desprecio del mundo, desprecio del espíritu del mundo, desprecio de los bienes, desprecio de los placeres y desprecio de los honores.
He aquí una descripción del espíritu de nuestro Señor, de]. que hemos de revestirnos, que consiste, en una palabra, en tener siempre una gran estima y un gran amor de Dios. Jesucristo estaba tan lleno de él que no hacía nada por sí mismo ni por buscar su satisfacción: Quae placita sunt ei, facio semper 25; hago siempre la voluntad de mi Padre; hago siempre las. acciones y las obras que le agradan. Y lo mismo que el Hijo eterno despreciaba el mundo, los bienes, los placeres y los honores, por ser ésa ]a voluntad del Padre, también nosotros entraremos en su espíritu despreciando todo eso como él.
Así pues, hermanos míos, hemos de trabajar en la estima de Dios y procurar concebir un aprecio de él muy grande. ¡Oh hermanos míos! Si tuviésemos una vista tan sutil que penetrásemos un poco en lo infinito de su excelencia, ¡Oh Dios mío, oh hermanos míos qué sentimientos tan altos sacaríamos! Diríamos, como san Pablo, que ni los ojos vieron, ni los oídos oyeron, ni el espíritu comprendió nada semejante 26. Es un abismo de dulzura, un ser soberano y eternamente glorioso, un bien infinito que abarca todos los bienes; todo es allí inabarcable. Pues bien, el conocimiento que de él tenemos, y que está por encima de todo entendimiento, debe bastarnos para apreciarlo infinitamente. Y este aprecio tiene que hacernos anonadar en su presencia y hacernos hablar de su suprema majestad: con un gran sentimiento de humildad, de reverencia y de sumisión; y a medida que lo vayamos apreciando, lo amaremos más; y ese aprecio y ese amor nos darán un deseo continuo de cumplir siempre su santa voluntad, un cuidadoso esmero por no hacer nada en contra suya y un gran alejamiento de las cosas de la tierra, despreciando todos sus bienes.
Dios mío, conserva en nuestros corazones una santa aversión de los bienes y placeres perecederos, que no los busque-

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25 Jn 8,29
26 1 Cor 2,9

mos nunca y evitemos con cuidado las propias satisfacciones en donde la naturaleza se introduce imperceptiblemente, como es el querer que los demás se acomoden a nosotros, que todo nos salga bien, que todo nos sonría. ¡Oh Salvador, enséñanos a poner todo nuestro gusto en ti, a amar lo que tú has amado y complacernos en lo que a ti te complace!
¡Dios mío!, la necesidad nos obliga a poseer bienes perecederos y a conservar en la compañía lo que Dios le ha dado; pero hemos de aplicarnos a esos bienes lo mismo que Dios se aplica a producir y a conservar las cosas temporales para ornato del mundo y alimento de sus criaturas, de modo que cuida hasta de un insecto; lo cual no impide sus operaciones interiores, por las que engendra a su Hijo y produce al Espíritu Santo; hace éstas sin dejar aquellas. Así pues, lo mismo que Dios se complace en proporcionar alimento a las plantas, a los animales y a los hombres, también los encargados de este pequeño mundo de la compañía tienen que atender a las necesidades de los particulares que la componen. No hay más remedio que hacerlo así Dios mío; si no, todo lo que tu providencia les ha dado para su mantenimiento se perdería, tu servicio cesaría y no podríamos ir gratuitamente a evangelizar a los pobres.
Permite, pues, Dios mío, que, para seguir trabajando por tu gloria, nos dediquemos a la conservación de lo temporal, pero que esto se haga de forma que nuestro espíritu no se vea contaminado por ello, ni se lesione la justicia, ni se enreden nuestros corazones. Oh Salvador, quita el espíritu de avaricia de la compañía, dale sólo lo que baste para las necesidades de la vida y mira por ella, Señor, lo mismo que miras por todos los pueblos de la tierra y por los animales más pequeños, con una atención general y particular, sin que esas obras exteriores te aparten un solo instante de esas operaciones eternas y admirablemente fecundas que tienes en tu interior. Que los superiores y encargados de la compañía hagan lo mismo, dedicándose con vigilancia y esmero a sus tareas, proporcionando a todo el cuerpo y a cada miembro lo que le conviene, sin apartarse de la vida interior y de la unión cordial que deben tener contigo.
En cuanto a los honores, Dios mío, líbranos de ese humo del infierno, aleja de nosotros esa ambición condenable que echó a los ángeles del paraíso y que convirtió a los hombres en demonios; ese deseo insaciable de honores que le hace a uno tener una buena opinión de sí, de todo lo que hace, que origina el desprecio a los demás y lleva al soberbio a elevarse como un dragón. Es un monstruo sutil y venenoso, que se cuela por todas partes, y que infecta con su aliento emponzoñado a las almas más recogidas. Ese demonio está siempre rondando a]rededor de ]as comunidades y de las personas que están más cerca de la santidad, intentando devorarlas 27; a esas es a las que busca especialmente el demonio, para llenarlas de propia estima y satisfacción y que les vaya costando cada vez más someterse, para reducirlas finalmente a que no sigan más que sus falsas luces, y hacerlas caer luego en algún precipicio. Qué desgracia! ¡Que desgracia tan grande!
Bien, hermanos míos, esto es lo que tenía que deciros en general sobre el espíritu de Jesucristo; nos queda ahora hablar con mayor detalle sobre lo que dice la regla en concreto; pero, como ha pasado la hora, me contentaré con deciros que esta estima y amor de Dios, y la conformidad con su santa voluntad, y el desprecio del mundo y de nosotros mismos, que hemos de imitar en Jesucristo para revestirnos de su espíritu, no podrá mostrarse mejor en cada uno de nosotros que por medio de la práctica de las virtudes que más brillaron en nuestro Señor cuando vivió sobre la tierra, esto es, las que están comprendidas en sus máximas, en su pobreza, castidad y obediencia, en su caridad con los enfermos, etcétera; de forma que, si nos ponemos a imitar a nuestro Señor en la práctica de todo esto, según señalan ]as otras reglas, hemos de esperar que quedaremos revestidos de su espíritu.
¡Quiera Dios concedernos ]a gracia de conformar toda nuestra conducta a su conducta y nuestros sentimientos con los SU)705, qué él mantenga nuestras lámparas encendidas en su presencia 28 y nuestros corazones atentos siempre a su amor y dedicados a revestirse cada vez más de Jesucristo de la forma que os acabo de decir! Todos los bautizados están revestidos de su espíritu, pero no todos realizan las obras debidas. Cada

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27 1 Pe 5,8.
28 Lc 12 35.

uno tiene que tender, por consiguiente, a asemejarse a nuestro Señor, a apartarse de las máximas del mundo, a seguir con el afecto y en la práctica los ejemplos del Hijo de Dios, que se hizo hombre como nosotros, para que nosotros no sólo fuéramos salvados, sino también salvadores como él; a saber, cooperando con él en la salvación de las almas.
Acordémonos, padres y hermanos míos, de que no conseguiremos esta felicidad y este honor, si no nos esforzamos en conservar la santa unión que os hemos recomendado tanto; para eso, hay que emplear los medios que os hemos señalado, especialmente la estima y el respeto mutuo entre nosotros, y sobre todo la santa humildad y la huída de toda crítica y maledicencia. Pero en vano nos esforzaremos en gozar de este bien, si no nos ayuda el mismo Dios. ¿Queréis, hermanos míos, que le pidamos ahora que nos conceda esta gracia y que mañana hagamos todos la oración para animarnos en este deseo de parecernos a él en nuestros pensamientos, palabras y acciones, y practicar finalmente todo lo que acabo de recomendaros? No dudo de que ya estáis dispuestos a hacerlo así, pero hay que robustecerse en esta resolución por medio de frecuentes oraciones y nuevos propósitos. Si Dios ha querido proponernos todo esto, no dejará de ser fiel a su promesa, pues él mismo dijo que haríamos las obras que él hizo, y todavía mayores 29. Y esto es lo que puedo deciros, por ahora, sobre la explicación de esta regla y de la anterior.



II PARTE

Ef 4, 17 – 5, 20


1. Conformarse en grupos de 5 personas máximo.

2. Estudiar y meditar el texto:
Lectura del texto, dos más veces, luego repetirlo con las propias palabras.
Estudio y meditación del texto: Cualidad del texto, lenguaje, estilo, género literario, división interna, contenido, detalles. Autor, para quién, por qué les escribió, qué escribió, cómo escribió, desde dónde y cuándo escribió.
Situación de la comunidad: contexto de la comunidad y del pueblo, posibles conflictos que provocara el texto. La situación económica, social, política, ideológica, religiosa, antropológica, psicológica. (Consultar textos)

3. Escuchar el mensaje de la Palabra de Dios: ver como el texto toma partido en los conflictos de la época y como puede hacerlo en la actualidad. Mensaje del texto de Pablo para la comunidad de aquellos tiempos y ahora para nuestra comunidad cristiana. Buscar que todo lo que se ha descubierto sea un espejo y nos permita comparar el ayer y el hoy, utilizando las siguientes preguntas:
¿Qué significa para Pablo vivir como los paganos y tener oscuro el entendimiento? ¿Vives tú como los paganos? ¿Es la verdad de Jesucristo el criterio fundamental de tu vida o vives una vida doble? ¿Qué relación tiene lo que dice Pablo sobre la verdad y la virtud vicentina de la sencillez? ¿Qué te dice la expresión de Pablo: “Despierta, tú que duermes; levántate de entre los muertos, y Cristo te alumbrará? ¿Qué te ha suscitado este texto?

4. Celebrar la Palabra: Utilizar la creatividad del grupo, de tal forma que se acentúe plenamente el sentido del texto, su actualización y el compromiso que deja.

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