EL CRITERIO UNIVERSAL: LA
EXPERIENCIA DEL AMOR
Breve acercamiento desde la teología
joánica
1 Jn 4
Desde
la óptica cristiana, siguiendo la magnífica síntesis hecha en la Primera Carta
de San Juan, específicamente en el capítulo 4, podemos decir que el centro de
la experiencia de Dios en la vida humana, es el AMOR.
Es
claro que, en el cristianismo, reconocemos que ha sido Jesús de Nazaret quien,
con sus hechos y dichos, nos ha revelado que la experiencia máxima de Dios es
el amor. Por ello se reconoció que Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios por
excelencia, el Mesías, el mismo Dios-encarnado-pobre, el Dios-Humano-último.
Juan
invita a preguntarse cómo hacer para identificar si algún espíritu viene de
Dios, es decir, preguntarnos si alguna religión, cultura, predicación, ética,
moral… viene de Dios. Según Juan, la mejor forma de reconocer a un espíritu de
Dios es que reconoce a Jesús como el Mesías, como el que habla de parte de Dios
(Cfr. 1 Jn 4, 1-2).
De
ahí surge otra pregunta, ¿por qué se reconoció a Jesús como el portador de la
verdad, como el que habla y encarna al mismo Dios? Y, para Juan, la respuesta
es sumamente sencilla: por el AMOR. Jesús vivió desde, en, con y para el AMOR,
lo cual atestiguan muy bien los cuatro Evangelios.
Juan
va a decir entonces que, quien no ama a su prójimo/a, quien no reconoce a la
otra persona como hermana y le ama como hermana, no ha conocido a Dios, no es de Dios, no viene
de Dios (Cfr. 1 Jn 4, 8). Para Juan, DIOS y AMOR son sinónimos, son una igualdad
“matemático-espiritual”. Hablar y vivir desde el amor, en el amor, con el amor
y para el amor, es hablar y vivir desde Dios, en Dios, con Dios y para Dios.
Pero
Juan no se conforma con dar tal conclusión sobre Dios. Va a decir que, ese amor
tiene la característica de ofrecerse primero, sin interés, sin condicionarlo
bajo ninguna circunstancia, pues ni siquiera nuestro pecado pudo condicionar el
amor que Dios ha tenido, tiene y tendrá por la humanidad, por eso envió a
Jesús, como muestra de ello. Dios nos ha amado primero y nos sigue amando,
tomando siempre la iniciativa en ello (Cfr. 1 Jn 4, 9-10).
Por
tanto, quien dice estar con Dios, hablar y actuar en nombre de Dios, va a amar
primero, de la misma forma que Dios ha amado, dando lo mejor a las demás
personas, reconociéndolas como hermanas, hijas de Dios Padre-Madre. Sólo desde
el amor se pueden dar los frutos que garantizan la vida de la humanidad, vida
en plenitud de y para la humanidad: justicia, paz, fraternidad, solidaridad,
libertad…
La
única manera de hacer visible a Dios invisible es por el amor. Sólo amándonos
todos los seres humanos como hermanos, es posible hacer visible a Dios. Esa es
la única manera de comprobar que Dios nos ha comunicado su Espíritu. Ser
portador del Espíritu de Dios significa amar como Dios ama, tal como lo mostró
Jesús, el AMOR ENCARNADO de Dios. Sólo quien ama permanece en Dios y Dios en
él/ella (Cfr. 1 Jn 4, 13-16).
Jesús
nos propuso que fuésemos perfectos/as como nuestro Padre es perfecto (Cfr. Mt
5, 48), y la perfección la da el amor. Al amar somos como Dios, somos su imagen
y semejanza plena, asumimos en plenitud su Maternal Paternidad y su Paternal
Maternidad, como el mismo Jesús (Cfr. 1 Jn 4, 17). Y la mejor señal de quien
ama como Dios mismo, es que vive sin temor, sin que el miedo le paralice, sin
que le miedo le detenga o le limite. No se preocupa de las consecuencias que le
traiga el amar, no le interesa si va a ser retribuido su amor. No vinculará
nunca su amor a las riquezas, al poder y a los honores. Será el amor libre, sin
censuras, sin componendas, sin distinciones. El amor derrota el miedo y otorga
la libertad (Cfr. 1 Jn 4, 18).
La
verdad o la mentira de quien dice amar a Dios quedará al descubierto en el
encuentro con el hermano/la hermana. Fácil es decir que amamos a Dios, total,
como es invisible no hay ningún problema… Mientras que la verdad manifestada en
Jesús, sobre el amor, es otra: sólo reconociendo y amando a la otra persona
como hermana, se sabe con certeza que alguien está en Dios, vive el amor de
Dios en su vida, se siente amada por Dios y no puede hacer nada más que amar a
quienes sí ve: a sus hermanos y hermanas (Cfr. 1 Jn 4, 19-21).
¿Qué
implicaciones tiene el amor como criterio universal?
Esto
nos lleva inevitablemente a hacernos una serie de preguntas sobre nuestro
actuar y nuestra relacionalidad, sobre nuestras decisiones y leyes, sobre nuestra
religiosidad y cultura, sobre nuestros sistemas económicos y políticos… Es
decir, en todas las dimensiones humanas posibles.
El
amor nos unifica como criterio de búsqueda del bien común, en tanto búsqueda de
la verdad que nos construya más y mejor como seres humanos; sólo el amor hace
ver lo diferente, lo diverso, lo cambiante como posibilidad de vida, no como
una amenaza. El amor hace que se venza el miedo a lo diferente, a lo distinto,
a lo incomprensible.
El
amor como criterio universal rompe con la pretensión de las grandes, medianas y
pequeñas religiones, iglesias o sectas que se consideran como el único medio de
salvación y de relación con lo trascendente, con la deidad. Visto así, ninguna
religión debería tener la pretensión de totalización ni de supremacía. El único
criterio real y verdadero es el amor: Ámense los unos a los otros como yo les amo
a ustedes (cfr. Jn 13, 34-35; 15, 12-13).
La verdadera religión es la práctica del
amor, la que genera entrega incondicional por la búsqueda del bien común, por
garantizar la vida para todos los seres humanos, no la vida de unos pocos seres
humanos a precio de la muerte de muchos seres humanos. La verdadera religión no
está basada en ritos y cultos, sino en acción concreta afectiva y efectiva del
amor. Dondequiera se practique el amor sin censura ni discriminación, existe
verdadera religión. Toda religión si quiere ser verdadera se le debe notar en
el amor entre las personas que militan en ella y de igual manera con las que no
lo hacen. Sin la práctica del amor, sin la experiencia del amor no hay relación
con Dios, con lo trascendente, con la deidad.
Esto
nos lleva a pensar también en nuestros sistemas económicos, especialmente el
sistema económico hegemónico actual: El Neoliberal. No cabe la menor duda que
este sistema neoliberal no está basado en el amor como criterio universal.
Prueba de ello es la cantidad de víctimas que genera, la marginación y
exclusión que son los síntomas de su estado crónico-mortal.
Me pregunto, ¿dónde
está el amor cuando se le niega a muchos pueblos su participación en el
mercado?, ¿dónde está el amor al evadir impuestos?, ¿dónde está el amor al no
pagar salarios justos, ni siquiera salarios mínimos con las debidas prestaciones?,
¿dónde está el amor cuando se explotan los recursos de los países empobrecidos,
sumiéndolos en la miseria y condenándoles a muerte?, ¿dónde está el amor al
contaminar suelos y recursos hídricos?, ¿dónde está el amor al obligar a los
pueblos empobrecidos a someterse al sistema por vía de la fuerza, por guerras,
amenazas, mentiras, destrucción y persecución?
Dos
son los signos de la experiencia del amor como criterio universal, que
encontramos en este texto joánico: la verdad y vencer el miedo.
La
verdad puede incomodar a quienes están detrás de los sistemas religiosos,
políticos, económicos, culturales y sociales hegemónicos, pues seguramente
desenmascarará todo aquello que va disfrazado de amor, todo aquello que no va
en favor de las grandes mayorías olvidadas, marginadas y excluidas. La verdad
generará relaciones y reacciones violentas contra quienes sí buscan vivir y
convivir desde, con, para y en el amor. La práctica de la verdad por amor,
puede costar muy caro: dar la vida para que otros la tengan en abundancia.
Para
vivir la verdad como valor íntimamente ligado al amor, sabiendo con
anticipación que esto puede costar la propia vida, implica, definitivamente,
que se vencerá el miedo. Esto suena muy sencillo, sin embargo, se necesita
tener muy fuerte la experiencia del amor para vencer el miedo, para no dejarse
paralizar por él. El miedo paraliza, inmoviliza, silencia, ensordece, endurece
el corazón, encarcela el amor, lo disfraza, lo manipula, genera todo tipo de
corrupción y finalmente complicidad al generar muerte.
Para
una persona cristiana, la fuente del amor es y será Dios mismo, la experiencia
de Jesús de Nazaret. Esto necesariamente nos lanza como punto de partida en la
experiencia del amor, las opciones y los posicionamientos del mismo Jesús: l@s
últim@s, l@s nadies, l@s invisibilizad@s, l@s desechables, l@s más pequeñ@s,
l@s empobrecid@s, l@s marginad@s, l@s excluid@s.
Y
siempre es y será necesario recordar que la capacidad de amar es algo inherente
al ser humano, es una potencialidad siempre latente. Diríamos, desde la fe
cristiana, que esa potencialidad siempre latente es Dios mismo allí en el
corazón humano, pero no por eso el resto de la humanidad no cristiana lo debe
asumir y experimentar de la misma forma.
El
amor es el único criterio práctico que nos permitirá convivir en paz, en
justicia, en armonía, en fraternidad, en solidaridad, en libertad.
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